En el actual escenario global, donde las políticas exteriores de las grandes potencias mundiales están modificando rápidamente el equilibrio geopolítico, la situación en África se encuentra en un punto de inflexión particular. La postura de Estados Unidos hacia el continente, bajo la administración de Donald Trump, sugiere un enfoque que mezcla desinterés con oportunismo estratégico.
La relación entre Estados Unidos y África ha sido históricamente compleja, fluctuando entre la asistencia y el abandono. Bajo la administración de Trump, este vínculo parece estar definido por una suerte de indiferencia estratégica, donde las cuestiones africanas se ven relegadas tras otros objetivos de política exterior más prioritarios para Washington. Sin embargo, la naturaleza aparentemente bipartidista de la política estadounidense hacia África ofrece un respiro en este contexto de incertidumbre.
La presencia militar de Estados Unidos en el continente, una carta no del todo revelada por Trump, plantea interrogantes sobre el futuro de las operaciones de seguridad y asistencia militar en África. Mientras que en el pasado la lucha contra el Estado Islámico fue un pilar de la política exterior de Trump, los ataques con drones en Somalia y la drástica reducción de tropas en el continente sugieren un enfoque cambiante, posiblemente menos involucrado.
Este cambio de enfoque también se evidencia en cómo Estados Unidos podría abordar los conflictos y desafíos de seguridad en África bajo una segunda administración Trump. Parece improbable que Trump gaste capital político estadounidense con los estados del Golfo o en impulsar procesos de paz en Sudán, especialmente cuando su relación con figuras como Vladímir Putin podría influenciar dichas decisiones.
En cuanto al ámbito económico y social, se anticipa que una política de Trump hacia África se centraría más en contrarrestar la influencia de China y en apoyar gobiernos autoritarios afines a los intereses estadounidenses, dejando de lado el desarrollo, los programas de sociedad civil y los derechos humanos. El reconocimiento de Somalilandia como contraposición a la influencia china en el Cuerno de África y una posible amenaza a la Ley de Crecimiento y Oportunidad para África (AGOA) destacan este enfoque transaccional y bilateral en lugar de uno basado en el multilateralismo y el desarrollo.
Ante este panorama, los estados europeos enfrentan el desafío de mantener una política coordinada y efectiva hacia África, en medio de un contexto global crecientemente fragmentado. La incapacidad de Europa para presentar un frente unido y eficaz frente a los conflictos y desafíos en el continente resalta la necesidad de una mayor colaboración y entendimiento entre Europa y África.
La reelección de Trump, más allá de sus consecuencias directas en la política estadounidense hacia África, subraya la urgencia de una estrategia conjunta Europa-África que priorice la paz, la estabilidad y el desarrollo sostenible, superando divisiones y construyendo sobre bases comunes de interés y respeto mutuo. La situación en el Sahel, el proceso de paz en Sudán, y la capacidad de Europa de actuar como una fuerza cohesiva y efectiva son aspectos cruciales en este esfuerzo colaborativo, en un momento donde la estabilidad global y regional está en juego.