Para los habitantes de la isla canaria de La Palma, el 2021 ha sido un año volcánico. Afortunadamente, lo terminan diciendo adiós a la erupción que a muchos ha despojado de sus viviendas y propiedades, y a todos ha mantenido en vilo durante tres meses.
A partir del 11 de septiembre, la red de vigilancia volcánica del Instituto Geográfico Nacional registró numerosos terremotos y la deformación del terreno. Los sismos reflejaban “la acumulación del magma en reservorios en la base de la corteza terrestre”, como nos explicaban Laura Becerril (Universidad de O’Higgins), Carlos Galé (Universidad de Zaragoza), Patricia Larrea (Universidad de Chile) y Teresa Ubide (Universidad de Queensland). El 19 de septiembre, el magma alcanzó la superficie.
Los diferentes escenarios eruptivos posibles y los riesgos asociados se conocían bien desde hace años, asegura el investigador del Instituto de Geociencias (IGEO – CSIC – UCM) José María Cebriá, gracias al estudio de las erupciones pasadas en La Palma, como la del Teneguía en 1971 o la del San Juan en 1949.
Las previsiones permitieron disponer de protocolos y herramientas para actuar a tiempo y proteger a la población. Lamentablemente, es imposible evitar el efecto devastador que producen la lava y los movimientos de tierra en edificaciones, cultivos e infraestructuras.
La vida en zonas de riesgo
Habitamos un planeta activo que tiene 4 500 millones de años de antigüedad. El incremento de la población ha provocado que se ocupen zonas geológicamente activas como algunas áreas de Canarias. Además, las tierras volcánicas son muy fértiles.
La catedrática de la Universidad Politécnica de Madrid María Belén Benito Oterino subraya que “el peligro no se puede reducir, pues este es inherente al fenómeno”. Por eso, cabe preguntarse si no sería conveniente evitar los asentamientos en zonas como las expuestas en La Palma.
En esta isla convergen varios factores. Por un lado, como sus volcanes son fisurales, no es fácil determinar cuáles son las áreas que deberían permanecer inhabitadas. Por otro lado, a pesar de los daños que ha causado el volcán, hay que tener en cuenta que las erupciones no son sucesos frecuentes en el archipiélago canario.
La única alternativa, en esta situación, es hacer el seguimiento continuo de la actividad, como se ha hecho hasta ahora, para poder hacer predicciones a corto plazo y evacuaciones en el momento preciso.
Las consecuencias del volcán
El volcán ha provocado la evacuación de unas 7 000 personas y ha afectado a alrededor de 3 216 construcciones. La lava ha arrasado algo más de 1 200 hectáreas.
Además, las erupciones volcánicas son una fuente de gases tóxicos como el dióxido de azufre y el monóxido de carbono; cenizas, humos y aerosoles y metales pesados como el plomo y el mercurio. Estas emisiones, advierten Diana Rodríguez Rodríguez y Elena Jiménez Martínez, de la Universidad de Castilla-La Mancha, “producen efectos adversos en el medio ambiente, el clima y la salud de las personas”.
Los palmeros han convivido durante semanas con gases y partículas que pueden provocar problemas respiratorios y en los ojos. También pueden afectar a la calidad del agua, al aumentar su turbidez, acidificarla e incrementar la presencia de elementos tóxicos, como nos contó la investigadora Carolina Santamaría Elola, de la Universidad de Navarra.
No obstante, por muy contaminantes que parezcan estos fenómenos naturales, la actividad antropogénica sigue siendo mucho más dañina para el medio ambiente y la salud de las personas.
¿Y ahora qué?
Una vez finalizada la erupción, uno de los primeros pasos, según Joan Martí Molist, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, será reconstruir todas las infraestructuras que se han dañado, como las carreteras, los tendidos eléctricos y las canalizaciones de agua.
El proceso de recuperación natural del terreno será lento. Seguramente, se reconocerá como patrimonio geológico, de manera que no podrá edificarse de nuevo.
Otra cuestión es la recuperación psicológica. Las situaciones de crisis o catástrofes, como la que han vivido los palmeros, supone un sobreesfuerzo de adaptación por parte de los afectados.
Jesús Miranda Paez, director de la Cátedra de Seguridad, Emergencias y Catástrofes de la Universidad de Málaga, indica que “las reacciones que se dan a nivel cognitivo y emocional pueden ser muy variadas”. Lo importante es prestar apoyo psicológico a las personas para que asuman la nueva situación, superen el proceso de duelo por sus pérdidas y recuperen su capacidad de control.
Con el volcán dormido, el 2022 ofrece a los palmeros una oportunidad para empezar de nuevo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.