En un giro del destino que podría parecerse más a una parábola poética que a un evento político contemporáneo, la muerte de Hassan Nasrallah, el líder del movimiento libanés Hezbolá, en un ataque aéreo israelí, obliga a reflexionar sobre las dinámicas y estrategias en el perpetuo conflicto entre Israel y el grupo militante. Si bien algunos podrían considerarlo un golpe decisivo contra Hezbolá por parte del Estado israelí, esta victoria táctica podría no traducirse en un cambio estratégico en el juego de poder en Medio Oriente.
La relación entre acciones violentas y consecuencias políticas es compleja y a menudo contraintuitiva. Como recordaba el poeta alemán Erich Kästner, al cortar la cabeza de un alfiler, este simplemente comienza a pinchar por ambos lados. En este contexto la eliminación de Nasrallah, lejos de ser el principio del fin de Hezbolá, podría ser más bien un punto de inflexión hacia una resistencia aún más férrea, impredecible y descentralizada.
Hezbolá, con sus profundas raíces en la sociedad libanesa y su elaborada estructura política y militar, no es una entidad que pueda ser simplemente erradicada por la fuerza. La historia reciente está repleta de ejemplos que demuestran cómo las organizaciones militantes, lejos de desaparecer, se transforman y adaptan en respuesta a la persecución y el conflicto. La muerte de Nasrallah podría galvanizar a sus seguidores y simpatizantes, impulsando una oleada de apoyo y posiblemente atrayendo a más combatientes a sus filas.
La muerte de Nasrallah también plantea interrogantes sobre los objetivos a largo plazo del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y la efectividad de una estrategia que parece centrarse más en el castigo colectivo y la eliminación de líderes enemigos que en buscar soluciones políticas al conflicto. A pesar de las proclamaciones de victoria y las demostraciones de fuerza, la lucha contra grupos como Hezbolá es intrínsecamente política, y requiere más que una solución militar.
Los comentarios acerca de la dificultad de trazar un perfil claro del liderazgo de Nasrallah después de más de tres décadas en el poder apuntan a otro aspecto crucial: el liderazgo carismático, aunque significativo, es solo una parte de la ecuación. Hezbolá emergió en respuesta a una serie de factores geopolíticos y ha cultivado un apoyo considerable entre ciertos sectores de la población libanesa, no solo como una milicia, sino como un movimiento político con una compleja agenda que va más allá de su liderazgo.
En este escenario cargado, el concepto de victoria se vuelve difuso y relativo. ¿Qué significa ganar en un conflicto donde la eliminación de un líder no promete la paz, sino posiblemente una intensificación del conflicto? Las acciones de Israel en Líbano, especialmente la muerte de Nasrallah, pueden leerse como un capítulo en una larga serie de eventos que han visto el auge y la adaptación de Hezbolá en respuesta a la presión externa.
El futuro de Hezbolá, sin Nasrallah, es incierto. Sin embargo, basándonos en la historia reciente, es razonable esperar que la organización encuentre formas de continuar su lucha, adaptándose a la nueva realidad sin su líder de largo tiempo. En última instancia, la paz duradera en Medio Oriente requerirá algo más que estrategias militares y la eliminación de líderes enemigos. Requerirá empatía, diálogo y una comprensión profunda de las historias compartidas y las heridas abiertas que siguen dando forma a esta región del mundo.