En el seno de «Valle salvaje» palpita un odio antediluviano, una guerra que contradice a la crónica más elemental, que el tiempo no ha logrado extirpar. La serie, que esta semana reduce el número de capítulos a cuatro expedidos bajo una atmósfera llena de brutales tensiones, se pone a tope con las cicatrices mal cerradas que lo han pasado los Miramar con los Montenegro. Lo que comenzó como un problema de tierras y de poder ha degenerado en una guerra psicológica donde el chantaje, las traiciones y las alianzas endebles serán las que marquen la suerte de todos.
1 EL PODER EJERCIENDO DESDE LA MESA VACÍA HASTA VALLE SALVAJE
En La Casa Pequeña la escasez alimentaria se presenta como un ataque sibilino pero letal. Mercedes y Bernardo, ahora duques de Miramar por un giro del destino, se ven obligados a entrar en una trampa perfecta de la que José Luis y Victoria juegan ya que les exigen hacerse cargo del personal y de los habitantes de la casa en la que el amor, el deseo y el instinto de supervivencia se confunden obligados por la ruina económica. No es caridad sino un atentado disfrazado de deber nobiliario.
La ironía es dura: los que dormían bajo el techo de los Montenegro ahora son empleados que sirven de lastre para hundir al contrario. Ante tal indignidad, Bárbara se rebela y se niega a que haya que compartir el espacio con el marqués. Pedrito, pequeño y aún iluso, intenta entender por qué los adultos libran batallas que no comprende. Un plato vacío es una declaración de guerra en «Valle Salvaje».
Pero el auténtico impacto lo da Alejo, quien a Luisa la confirma que no habrá clemencia. Le tiene una devoción entrañable a su padre pero de sus ojos brota la duda: ¿qué tan profundo es el odio que justifica dejar a niños y viudas en la miseria?La respuesta está -como siempre en este valle- en la sangre.
Fuente: RTVE