La Emotiva Despedida de una Monja sin Precedentes en San Pedro ante el Papa Francisco

Miles de fieles y religiosos acudieron este miércoles, 23 de abril, a la Basílica de San Pedro tras la apertura de la capilla ardiente del papa Francisco, fallecido el pasado lunes a los 88 años. El templo se ha convertido en un lugar de recogimiento y oración donde cardenales, obispos y trabajadores del Vaticano desfilaron en riguroso silencio para dar su último adiós al Pontífice argentino.

Entre el mar de sotanas, hábitos y vestiduras litúrgicas, una figura inesperada acaparó todas las miradas. Sor Geneviève Jeanningros, religiosa de las Hermanitas de Jesús, se acercó con paso discreto, mochila al hombro y gesto conmovido, hasta uno de los laterales del féretro. Durante siete intensos minutos rezó y lloró en soledad sin que nadie osara interrumpir ese momento íntimo. La Guardia Suiza la dejó estar allí, como si supieran que esa escena era exactamente lo que el Papa hubiese querido.

El gesto de Geneviève no fue una simple muestra de afecto, sino una despedida sincera de una amistad profunda. Fue una escena fuera del protocolo, pero cargada de sentido. Porque ella no fue una más entre la multitud: era alguien que Francisco la llamaba con cariño su «enfant terrible». Una mujer de fe rebelde que se convirtió en un símbolo del abrazo más inclusivo de este pontificado.

Jeanningros, de 81 años, es una religiosa francesa y durante décadas ha dedicado su vida a acompañar a los más marginados de Roma. Vive en una caravana instalada en Ostia, compartida con otra religiosa, y su amistad con el papa Francisco fue de lo más especial. El Pontífice la invitó a una misa privada en Santa Marta apenas un mes después de su elección, y con el tiempo, Jeanningros se convirtió en una presencia recurrente en su agenda.

Desde los primeros meses de su pontificado, ella empezó a acudir a las audiencias generales de los miércoles junto a grupos de mujeres trans que ejercen la prostitución, homosexuales, feriantes ambulantes o artistas de circo, muchos de ellos migrantes, que viven al margen de la sociedad y en situación de exclusión. Y él no solo la recibió con los brazos abiertos, sino que también visitó su comunidad, bendijo una imagen de la Virgen y reconoció su trabajo.

El Pontífice veía en ella una extensión de su mensaje de misericordia. «Lo aman tanto porque por primera vez sienten que la Iglesia les tiende la mano», explicaba la religiosa, que nunca buscó protagonismo, sino justicia para los suyos. Su figura representa esa parte de la Iglesia que actúa en silencio, lejos de los focos y los altares, pero más cerca del Evangelio que nunca.

Más allá de su labor social, Sor Geneviève carga con una historia de dolor que la une a las heridas de Argentina. Es sobrina de Léonie Duquet, una de las monjas francesas secuestradas y asesinadas por el régimen militar argentino en 1977. Su historia forma parte de una memoria colectiva que Francisco nunca quiso silenciar. De hecho, el papa apoyó la apertura de los archivos del Vaticano sobre la represión en Argentina, algo que ella agradeció como un acto de reparación.

Además, su compromiso la vincula activamente al colectivo LGTBIQ+. No solo los ha llevado ante el papa, sino que también ha alzado la voz en su nombre. «Nadie debe ser desechado», afirmó en una entrevista con medios vaticanos. Y este miércoles, al saltarse el protocolo en San Pedro, volvió a recordarlo: la fe no entiende de jerarquías cuando se trata de amor, lealtad y memoria.

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