En una audaz demostración de determinación, Ucrania siguió adelante con su incursión terrestre en la región de Kursk, marcando el primer cruce bélico de la frontera rusa desde la Segunda Guerra Mundial. Este acto ha sido interpretado como el cruce de una de las mayores «líneas rojas» establecidas por el presidente ruso Vladimir Putin, quien había advertido previamente que cualquier amenaza a la integridad territorial de Rusia sería contrarrestada con «todos los medios» disponibles, insinuando incluso la posibilidad del uso de armas nucleares.
A pesar de las amenazas de Putin, la reacción rusa ha sido medida, contrastando profundamente con su retórica nuclear intimidatoria empleada desde el comienzo del conflicto con Ucrania. A lo largo de la invasión, Kiev ha desafiado repetidamente las advertencias rusas, utilizando armamento occidental avanzado para infligir daños significativos a las fuerzas rusas y a su infraestructura militar, incluida la destrucción del buque insignia Moskva y ataques a bases aéreas dentro de territorio ruso.
La comunidad internacional, incluyendo a países aliados de Ucrania, ha respaldado en gran medida la ofensiva, basando su apoyo en el derecho de Ucrania a defenderse. Sin embargo, existe una precaución notable respecto al uso de armas de largo alcance para atacar directamente dentro de Rusia, una línea que, hasta ahora, ha sido cuidadosamente evitada para prevenir una escalación mayor del conflicto.
La provisión de sistemas armamentísticos de largo alcance por parte de Estados Unidos, el Reino Unido, y Francia ha sido fundamental en la defensa ucraniana, permitiendo ataques precisos contra infraestructuras militares estratégicas. No obstante, el uso de estos sistemas dentro del territorio ruso ha sido restringido por los proveedores, una medida que ha generado frustración en Kiev, especialmente a la luz de recientes ataques masivos por parte de Rusia.
Mientras Ucrania busca persuadir a sus aliados para levantar estas restricciones, ha comenzado a desarrollar su propia tecnología de armas de largo alcance, como el misil-dron «Palianytsia», que podría permitir a Ucrania alcanzar objetivos estratégicos rusos sin depender de la autorización de terceros países.
El debate sobre la eliminación de restricciones a las capacidades de ataque de largo alcance de Ucrania gira en torno a la posibilidad de provocar una escalada nuclear por parte de Rusia. Analistas sugieren que, aunque estos ataques tienen un impacto significativo, su efectividad en solitario es limitada y deben ser parte de una estrategia más amplia.
A medida que Ucrania continua presentando su caso ante la comunidad internacional, el soporte discreto de países como el Reino Unido y Francia, que han participado en la selección de objetivos para sus misiles suministrados, sugiere una posible flexibilización en la postura de los aliados sobre el uso de armas de largo alcance contra Rusia. Aunque esto representa un cambio en la política exterior de estos países, subraya la complejidad de la guerra moderna donde las líneas entre defender y atacar se vuelven cada vez más difusas.