Desde que la pandemia hizo acto de presencia en nuestras vidas, obligándonos a recluirnos en nuestros hogares y limitar nuestras interacciones sociales, la manera de buscar entretenimiento y conexión con el exterior ha experimentado un notable cambio. En este nuevo escenario, los programas de realidad o «realities» han cobrado una relevancia sin precedentes, convirtiéndose en un escaparate privilegiado a través del cual los espectadores exploran las vidas ajenas y los dramas personales, todo desde la seguridad de sus salones.
Este fenómeno no solo ha supuesto un aumento en los índices de audiencia de estos programas sino que ha reforzado la natural inclinación humana hacia el voyeurismo, en un momento en que las oportunidades de interacción real se vieron drasticamente reducidas. Además, el papel de las redes sociales ha sido fundamental para consolidar la popularidad de los realities. La constante necesidad de compartir y comentar sobre las vidas de terceros ha encontrado en estos programas una fuente inagotable de contenido, generando debates y discusiones en línea que no hacen sino aumentar su relevancia y audiencia.
Pero más allá de la necesidad de entretenimiento y conexión, lo que realmente ha capturado el interés de los investigadores son los motivos psicológicos detrás del éxito de estos formatos. Se busca entender qué impulsa a las personas a dedicar horas frente a la pantalla, sumergiéndose en las vidas de personas que no conocen. Este interés exacerbado por conocer los detalles más íntimos de los participantes de estos programas refleja no solo un cambio en los patrones de consumo de medios post-pandemia, sino también una compleja red de factores psicológicos y sociales que definen nuestra era.