La segunda temporada de ‘La chica de nieve’ en Netflix, basada en la novela El Juego del Alma de Javier Castillo, nos adentra en una trama donde la fe y el poder colisionan en una trama de secretos y mentiras. A través de la investigación de los periodistas Miren Rojo y Jaime Bernal, la serie expone la corrupción dentro de una institución religiosa que, en teoría, debería representar valores de moralidad y justicia.
Pero, ¿es realmente una crítica al catolicismo o más bien a la falsedad de quienes se esconden detrás de la fe para ocultar sus propios intereses?
La fe como pantalla para el poder ‘La chica de nieve’
El colegio religioso Los Arcos en ‘La chica de nieve’ se convierte en el foco de desaparición, muertes sospechosas y una red de manipulación donde el dinero y el estatus social garantizan la impunidad. Lo que en apariencia es una institución respetable, dedicada a formar a jóvenes bajo principios morales y religiosos, en realidad esconde crímenes silenciados y un historial de encubrimientos.
El caso de Allison, una alumna fallecida en circunstancias sospechosas, revela inquietantes similitudes con la desaparición de Laura Valdivias en 2016. La conexión entre ambos casos desata una investigación que pone a prueba las estructuras de poder dentro del colegio y obliga a Miren y Jaime a desafiar el hermetismo de la institución. Aquí, la serie no critica la fe en sí misma, sino la manera en que ciertas figuras de poder dentro de las instituciones religiosas la utilizan para encubrir sus actos y evitar consecuencias.
Dos formas de buscar la verdad en ‘La chica de Nieve’
Uno de los aspectos más interesantes de la historia de ‘La chica de nieve’ es la contraposición entre Miren Rojo y Jaime Bernal, quienes encarnan dos posturas diferentes frente a la relación entre fe, poder y verdad.
Miren Rojo, fiel a su instinto periodístico, aborda el caso con un escepticismo absoluto hacia la institución religiosa que parece estar involucrada. Su desconfianza se agudiza a medida que se presentan las conexiones entre los trágicos eventos. Para ella, Los Arcos, el colegio en cuestión, no es un refugio espiritual, sino un entorno donde el poder se impone sobre la veracidad de los hechos. Su forma de investigar es directa y sin concesiones; no duda en presionar a los responsables en busca de respuestas, reflejando su compromiso con la verdad, sin importar el coste.
Por otro lado, Jaime Bernal, exalumno del colegio, tiene una perspectiva más matizada. Su relación con figuras como el director Garrido y el empresario Alberto Mendoza le da acceso a información privilegiada, pero también lo enfrenta a la necesidad de cuestionar su lealtad hacia la comunidad que lo formó. La declaración que dirige a Garrido, “Os conozco más que vosotros mismos”, ilustra que su respeto por la institución no es ciego. Jaime se muestra dispuesto a indagar en la oscuridad que rodea a Los Arcos, manteniendo una fe vacilante en que la verdad puede emerger sin destronar por completo la institución a la que debe parte de su formación.
El “Juego del alma” transforma la fe en manipulación
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Uno de los elementos más impactantes de la ‘La chica de nieve’ es el «Juego del alma», un ritual que se presenta inicialmente como una prueba de fe, pero que rápidamente revela su verdadero carácter como un mecanismo de manipulación y control.
La hipocresía institucional religiosa en el centro del debate
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El principal conflicto que expone la ‘La chica de nieve’ no radica en una confrontación entre la fe y el ateísmo, sino en la lucha entre la fe auténtica y la hipocresía institucional.
El dilema entre fe y verdad
Al final, la ‘La chica de nieve’ nos confronta con una pregunta clave: ¿pueden la fe y la verdad coexistir en instituciones que han demostrado su disposición a encubrir crímenes?