La reciente llegada de convoyes de camiones cisterna con combustible a Bamako ha proporcionado un respiro temporal a la capital de Mali, que enfrenta una grave crisis alimentada por una ofensiva yihadista. El grupo JNIM, vinculado a Al Qaeda, ha implementado una estrategia de estrangulamiento económico que busca aislar al país de sus rutas hacia el mar mediante el bloqueo de importaciones, lo que ha resultado en largas colas en las gasolineras y un encarecimiento de los productos básicos que deteriora aún más la vida cotidiana de los malienses.
A pesar de las advertencias de varios gobiernos occidentales que instan a sus ciudadanos a abandonar Mali, el ejército del país ha logrado mantener abiertas algunas rutas comerciales con sus vecinos, aunque la situación sigue siendo precaria. La dependencia de la ayuda militar rusa se ha intensificado en un contexto donde el país intenta fortalecer su defensa ante los embates de la insurgencia yihadista. La llegada de material militar, incluyendo carros de combate, sugiere que la junta militar está reforzando su capacidad no solo frente a grupos externos, sino también como medida cautelar ante posibles tensiones internas.
La crisis en Mali revela un complejo entramado geopolítico donde las potencias tradicionales, como Francia, ven cómo su influencia se diluye frente a nuevas alianzas. La creciente colaboración de Mali con Rusia ofrece una solución momentánea ante el desafío inmediato, pero plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de este apoyo y las repercusiones que tendrá en el futuro del país, en medio de un panorama de inestabilidad y la necesidad de redefinir los vínculos con Occidente.
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