En un movimiento que ha agudizado la polarización política en Georgia, Mijaíl Kavelashvili asumió la presidencia del país tras una votación en el Parlamento marcada por la ausencia de la oposición. El nuevo presidente, conocido por su postura prorrusa, fue elegido con un contundente respaldo de 224 de los 300 votos posibles, en un proceso que ha sido tachado de ilegítimo por la ahora expresidenta Salomé Zurabishvili y sus seguidores.
Zurabishvili, clara opositora del progresismo europeo y quien ha liderado Georgia desde 2018, ha rechazado abandonar su puesto y calificó la votación de «parodia anticonstitucional», instando a la continuidad de las protestas civiles que han tomado las calles de Tiflis desde el anuncio del congelamiento de las negociaciones de adhesión a la Unión Europea el pasado 28 de noviembre. Esta decisión del gobierno ha sido vista como un gesto de acercamiento hacia Moscú y ha provocado un gran descontento en sectores de la población que ven con recelo la influencia rusa en el país.
Kavelashvili, un rostro conocido en la política georgiana después de haber servido como diputado oficialista desde 2016 y previamente ganarse un lugar en el ámbito deportivo como futbolista, incluso en el Manchester City, se convierte así en el sexto presidente desde que Georgia obtuvo su independencia de la Unión Soviética en 1991. Su elección representa no solamente un cambio de guardia en el escenario político nacional sino también una posible reorientación en las políticas exteriores de Georgia.
Esta elección, no obstante, viene acompañada de controversia y división. Aparte de la fuerte oposición a Kavelashvili por su falta de estudios superiores, críticos y manifestantes han denunciado el proceso electoral mismo por su cambio al mecanismo de votación. Por primera vez, el presidente no fue elegido mediante sufragio universal, sino a través de una votación colegial que incluyó tanto a diputados como a delegados municipales. Este cambio fue mal recibido por segmentos considerables de la población, que consideran este método como un detrimento a la democracia directa.
El gobierno, con una mayoría en el Parlamento y control sobre las asambleas locales, se encontraba en una posición favorable para la elección de su candidato. La necesidad de 200 votos para la elección de Kavelashvili resaltó el dominio del partido gobernante Sueño Georgiano (SG) en la política nacional, a pesar de las acusaciones de fraude en las elecciones legislativas de octubre pasado y del creciente descontento popular evidenciado por las masivas protestas en la capital.
En el marco de esta elección, quedan expuestas las profundas fisuras políticas y sociales dentro de Georgia, así como los desafíos que enfrentará el recién elegido Kavelashvili para legitimar su presidencia tanto ante los ojos de sus ciudadanos como de la comunidad internacional, en un país cada vez más dividido sobre su futuro y su orientación geopolítica.