El piedrabuenero Francisco Caro, escribió en su blog ‘Mientras la luz’, que Juan José Guardia Polaino “es poeta proteico y vocativo. Capaz de la creación más rebelde. Incapaz de la conformidad” y nos pide elegir entre el poeta “agitador” o el “activista de la palabra”. Para Caro, Juan José es “Quevedo airado y Juan Alcaide de la sensibilidad”.
Juan José Guardia Polaino (Vva. de los Infantes, histórico “Campo de Montiel” C. Real) 1956. Desde 1970 reside en Valdepeñas. Durante más de 36 años desarrolló parte de su actividad cultural en el Grupo Artístico-Literario “El Trascacho”. Numerosos son los reconocimientos, distinciones y premios que respaldan su labor cultural, destaca su designación de Gran Maestre General de la Orden Literaria “Fco. de Quevedo”, que aún sigue presidiendo y también es miembro de diferentes asociaciones y colectivos con los que colabora literariamente. Ha realizado recitales y encuentros poéticos en múltiples lugares; así como pregones, prólogos, presentaciones y mesas redondas. Ha escrito cinco libros relacionados con la poesía y una obra de teatro. Su obra figura en más de una veintena de antologías.
En nuestra entrevista, Guardia Polaino se declara sin tapujos “Poeta maldito, sí, como maldita es la realidad que vivimos y que no es socorrida de edenes ni algodones”. Mientras que afirma sin rubor amar “la bondad en las personas; una lágrima derramada con sinceridad me conmueve el corazón”. Juan José Guardia Polaino no es indiferente al dolor que “pasea por todos los rincones”. El compromiso moral y social surge en él como una pulsión, como algo irrefrenable “Cuando un bosque de fusiles malditos te asesina / y se siente todo el peso de la propia muerte… / Cuando el día cierra sus ventanales y se hace la noche / y borran al hombre que en él habita/ y apenas si otras voces pueden asomar los labios a las calles…”
Si le parece, comenzamos la conversación por su infancia. Háblenos de esa etapa.
Mi infancia siempre estuvo marcada por un suceso familiar hiriente. Apenas unos días de mi nacimiento, los alaridos del fuego se cebaron en mi padre. Cuando fui consciente y comprendí lo que es el sufrimiento, se me dibujó en los ojos una geografía emocionalmente triste que he arrastrado toda mi vida. Aun así, mis padres ya se cuidaron de ponerme unos trazos de edén entre las manos. Fui muy amado, a pesar de la pobreza que nos habitaba a la familia.
¿Qué persigue ahora?
La felicidad, aunque siempre he buscado a esa “señora” y no la he visto por ninguna parte, es tan escurridiza…tantos son los lugares en los que se esconde, que soy -como el resto de los humanos- incapaz de hallarla.
¿Qué ama más?
La gente noble y desinteresada. El interés, la avaricia y la pedantería, son un estigma que me hiere. La superficialidad es algo que detesto. Amo la bondad en las personas; una lágrima derramada con sinceridad me conmueve el corazón.
¿Cómo le cogió el gusto a la poesía? ¿Por qué escribe?
Siempre fui heredero de la sensibilidad. Esta conjuga fielmente con las artes, en mi caso con la poesía. Leí y leo a muchos poetas, ellos encendieron mi pebetero y ya nunca se apagó. Desde muy joven he sentido la necesidad de ejercer como poeta, no de oficio, sí pasional.
¿En qué cosas está más cerca y en qué cosas está más lejos del poeta que era de joven?
Creo que nunca me ha abandonado la luz y el ímpetu de la poesía. Siempre ha escrito con la misma pasión. Escribí y escribo para vivir en paz conmigo mismo; escribo para no morir en el intento de serle fiel a mis ideas; escribo -espero sepan perdonarme- para alimentar mi escondido ego (ese que nadie quiere reconocer, pero que a cada uno nos habita): escribo para que me lean, y para decir al mundo que aquí hay una persona que tiene algo que decir.
¿Qué dimensión le da la poesía al ser humano?
En mi poética, el ser humano es la materia con la que trabajo siempre. Lo elevo, lo abato, lo pondero o lo hundo…siempre estoy en guerra con él. Lo instalo en la muerte o lo vuelvo a la vida. Es tanto el dolor que me provoca…y sin embargo no sé vivir sin él. Hace poco, el Catedrático de Literatura Hispanoamericana de la UCLM, Matías Barchino, apuntaba sin tapujos sobre mi obra -por esta manera de decir en mi poesía- que podría ser un poeta maldito, que mi poesía se aproximaba de puntillas al ideario de ese movimiento literario de los malditos. Y es verdad, en cuanto que me identifico con esa corriente de existencialistas instalados en el dolor y el catastrofismo del ser humano. Poeta maldito, sí, como maldita es la realidad que vivimos y que no es socorrida de edenes ni algodones. Es un constante trepar los muros de la desesperación. Sísifo en interminable dolor.
Usted va a participar en el próximo encuentro de poetas cuyo lema es Palabras a la muerte. Antes de este encuentro, ¿se colaba la muerte en sus poemas?
Siempre. Y creo haber dejado un rastro en mi obra poética y en la anterior respuesta; la señal que apuntala la muerte está siempre presente.
¿Se siente más cerca de la muerte o de la infancia?
La infancia, por derecho natural, es siempre evocada y constante y complementariamente la muerte también. Es una realidad que impone principio y final, vida y muerte, todo forma parte del juego. Lo que no estoy tan seguro es quién mueve los hilos y para qué.
¿Qué es para usted la vida?
Creernos erróneamente que conquistar las altas atalayas que ondean sobre nuestros horizontes nos hará más dueños de todo, más importantes e inviolables. Que ganar poder, gloria y bienes nos ha salvar de nuestra propia desesperación. Es una banal mentira. El dolor pasea por todos los rincones e invade todas las alcobas. La vida es ganar en la luz nuestro espacio más vital y sencillo.
¿Qué es para usted la muerte?
La muerte para el que la habita es: ¡nada!; luego, solo polvo y olvido, apenas un rastro indeleble en las páginas de la Historia. Para los que la sufren de sus seres queridos y admirados, es ausencia, dolor, desvelo y recuerdos. Y lograr esquivarla otro día más, es a lo que estoy convocado. Cuando respondo a esta entrevista son las cuatro de la madrugada y tengo los ojos como ventanales abiertos, pensando que vivir es altamente gratificante, aun a pesar de la tristeza que nos imprime la vida.
¿Qué le duele más de la muerte?
El dolor de morir con dolor. El dolor es el más cruel de los castigos. Morir en la deuda de no haber conseguido que las manos y los labios -cuando los grilletes las someten- bailaran sobre las hogueras que pedían dignidad.