José Luis Urrutia: “lo más conmovedor es la humanidad que la obra en su totalidad rezuma”

El viernes 4 y el sábado 5 de octubre a las 20.00 en el Centro Cultural “La Confianza” —(C/ Real nº 9, Valdepeñas)—, se representará la obra de teatro “De mí cuando yo muera», de Juan Camacho. Dirigida por José Luis Urrutia e interpretada por José Luis Urrutia, Ernesto F. Valerio y la voz en off de Idoia Mielgo Merino. Las entradas se pueden adquirir en el Centro Cultural “La confianza”, al precio de 10 euros. Reservas y venta anticipada por bizum al 658 70 83 37.

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‘De mí cuando yo muera’ es una pieza teatral, escrita en cuatro escenas, que navega entre las claves del teatro existencial y el pulso dramático. Nacida de un poema escrito por Juan Camacho en 1999, que 25 años después ve la luz, bajo la dirección de José Luis Urrutia y con las actuaciones del propio Urrutia, de Idoia Mielgo y de Ernesto F. Valerio. Autor, director y actores, que además forman Ambostrés Teatro.

A continuación, le ofrecemos las reflexiones que el director de la obra realiza sobre ella:

Desde hace un tiempo —que se me empieza a hacer ya demasiado largo— vengo oyendo (lo mismo por aficionados al teatro que por promotores culturales e incluso por profesionales de iluminación y sonido que cubren representaciones teatrales) que hay que hacer mucho teatro de humor, mucho más que de otros géneros, porque «la gente quiere reírse». Y aquí es donde yo, partidario del humor y convencido de los beneficios de la risa, muestro mi desacuerdo o, cuando menos, mi desconfianza, porque las maneras de hacer reír al patio de butacas conforman un abanico que va desde el humor inteligente hasta el humor grosero, pasando por el fino, el elegante, el facilón o el zafio. Este tema daría para un debate ajeno a la intención de estas líneas. Lo que vengo a decir es que en teatro todo lo que tenga calidad tiene cabida. Por otra parte, al igual que sucede con el cine, la música o la literatura, juega un factor importante el momento personal de cada uno, es decir, la apetencia, gusto o necesidad de leer, escuchar o asistir a un espectáculo que te haga reír, que te emocione, que simplemente te entretenga o que te haga pensar. Precisamente esto último es una de las principales virtudes de De mí cuando yo muera, ópera prima de Juan Camacho.

La primera vez que leí el guion, sentí que a medida que la obra avanzaba iba planteando situaciones que invitaban a la reflexión, a una reflexión centrada en un tema referencial que abarcaba diferentes aspectos relacionados con la naturaleza, con la esencia del ser humano y algunas de las eternas dudas, de los eternos interrogantes, de la eterna lucha consigo mismo que le caracteriza y que arrastra desde el principio de los tiempos: el paso de los años, el peso del pasado, la incertidumbre de un futuro cada vez más escaso, el ego, la inmortalidad, los miedos, los anhelos, la amistad…

Juan Camacho ha planteado De mí cuando yo muera en cuatro actos, tomando como eje central la figura de un reconocido novelista que hasta su jubilación trabajó como profesor en un instituto, y que ahora, a sus setenta años y con la salud deteriorada, siente la necesidad, y la urgencia, de escribir un poema que, entre otras cosas, deje constancia del amor y del respeto que siempre ha sentido y demostrado por las letras. Como contrapeso —más que como antagonista— de este viejo profesor, Juan Camacho ha creado el personaje de un antiguo alumno suyo, cuyas circunstancias personales dieron paso a una estrecha y sincera relación que mantienen hasta el momento presente.

En una segunda lectura, vi que la obra se quedaba corta para la historia que el autor quería contar, que eran tantos los aspectos, los mensajes, las emociones, las vivencias que se sacaban a la luz que daba la impresión de que faltaba desarrollo, de que el relato quedaba un tanto condensado, con lo que se perdía fuerza. Y aquí, al hablarlo con Juan, fue cuando descubrí que, por encima de su propia opinión, de la tremenda ilusión por llevar adelante su proyecto, primaba el pulido y el enriquecimiento de la historia, de la obra. Y esta humildad, esta confianza en alguien con más experiencia en este campo, resultó fundamental para encauzar el rumbo del texto. No se trató, ni mucho menos, de una reescritura, sino de una matización, de una personalización más profunda de los personajes. Juan entendió que este proceso es algo habitual en el mundo del teatro, supo escuchar y moldear su creación original. Ello fue una muestra de lo que antes decía sobre el protagonista de De mí cuando yo muera: el amor y el respeto hacia las letras.

Los ensayos, como suele suceder, han sido a su vez el sutil cincel que ha ido limando o dibujando aristas, embelleciendo escenas y diálogos, midiendo intensidades y atmósferas. Trabajar una obra como ésta es como transitar sobre un fino alambre: un paso en falso puede precipitarte al vacío. Juan no ha querido tender redes. De mí cuando yo muera es un paisaje de cimas y de abismos. Los valles son escasos, prácticamente inexistentes. En el momento en que la historia se presenta al público, los personajes llegan desde un punto común que, sin ninguno de los dos esperarlo, estalla como una pompa de jabón, obligándoles a aceptar y encarar la nueva realidad.

Como director, podría decir muchas cosas, pues muchas son las impresiones y emociones que trabajar la obra va despertando y grabando en la piel y en el abstracto universo de los sentimientos. Me limitaré, al menos en estas líneas que se me han pedido, a decir que lo más conmovedor —a la hora de ir dando forma a los personajes y con ellos a la historia— es la humanidad que la obra en su totalidad rezuma. Porque, si de algo puede presumir De mí cuando yo muera, es de ser una historia tremendamente humana. Más de una vez, durante los ensayos, hemos comentado cómo, a medida que va avanzando, el texto va tocando fibras sensibles, cómo los personajes van calando en los actores, y cómo, si logramos hacerlo como debemos, esa sensación de lluvia de sentimientos llegará hasta el público.

Estoy seguro de que mucha gente se sentirá identificada con alguno de los personajes y con alguna de las situaciones por éstos planteadas y vividas.

Como amante del teatro, me congratulo de que esta obra engrose su incontable bibliografía. Como director de teatro, agradezco a Juan Camacho el regalo de poner en mis manos la tarea de ponerla en escena. Como actor, afirmo que es un inmenso honor dar vida al protagonista, por muchas razones que ahora no vienen al caso.

De mí cuando yo muera, una obra hecha para entretener, conmover y pensar.

José Luis Urrutia

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