En Japón, una nación conocida por su capacidad para mantener baja la desigualdad económica, se enfrenta a un nuevo tipo de desigualdad que desafía las percepciones tradicionales: la desigualdad generacional. Mientras que otros países luchan con la brecha entre ricos y pobres, este aspecto de desigualdad se muestra en cómo se distribuye la riqueza entre diferentes generaciones, especialmente entre los ancianos y los más jóvenes.
La economía japonesa ha sido descrita usando metáforas tales como "un pez dorado encerrado en un bloque de gelatina", indicando un potencial económico inmenso que todavía no ha sido liberado. Esa riqueza, sin embargo, no proviene de fuentes expectantes como nuevas reservas energéticas o industrias emergentes, sino de la generación de personas mayores.
Se estima que alrededor del 50% de la riqueza financiera de los hogares japoneses, equivalentes a casi el PIB anual del país, está en manos de aquellos de 70 años o más. Mientras los jóvenes enfrentan salarios estancados y dificultades para acceder a la vivienda, lo cual les impide ahorrar, los ancianos han amasado una considerable riqueza gracias a su alta tasa de ahorro y políticas favorecedoras hacia los trabajadores de mayor edad durante la crisis económica de los años 90.
Esta situación ha llevado a Japón de la autopercepción de ser una "sociedad de clase media" durante los años 60 a 90, hacia la realidad actual de una "sociedad fracturada". Las nuevas generaciones hablan ahora de una kakusa shakai
, una sociedad donde la acumulación de capital se ha desplazado significativamente hacia la población anciana.
Además de las razones económicas, factores culturales y demográficos también ayudan a explicar esta concentración de riqueza. La expectativa de una vida laboral larga y el afán por el ahorro han contribuido a que las personas mayores acumulen riquezas notables.
Sin embargo, se augura una "gran transferencia de riqueza" en los próximos diez años, a medida que estos ancianos fallezcan. No obstante, los altos impuestos a las herencias en Japón, diseñados para prevenir la creación de una plutocracia, complican la transferencia de riqueza a las generaciones más jóvenes. Esta situación ha llevado incluso a algunas familias ricas a trasladarse a países con menores cargas impositivas sobre las herencias, como Singapur o Australia.
La pregunta que pesa en la mente de muchos es si realmente esta "supergeneración" será capaz de pasar sus ahorros a las nuevas generaciones, o si la estructura económica y fiscal actual de Japón hará que esa riqueza se disipe antes de poder beneficiar a los más jóvenes. Esto pone de relieve un escenario complejo en el cual, si bien Japón se encuentra en una posición de riqueza potencial, la clave estará en cómo gestionar ese legado para asegurar el bienestar de las futuras generaciones.