La controversia en torno a Eurovisión continúa creciendo, y esta vez es Islandia la que marca un punto de inflexión al anunciar su retirada de la edición de 2026. La televisión pública islandesa, RÚV, hizo pública esta decisión el miércoles, un acontecimiento que resuena con fuerza tras la reciente elección de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) de mantener a Israel como participante en el evento programado para el próximo mayo en Viena.
Islandia se convierte así en el quinto país en abandonar el certamen, sumándose a las voces de España, Países Bajos, Irlanda y Eslovenia, quienes también decidieron dar un paso al costado después de la Asamblea General de la UER en Ginebra. La iniciativa de RÚV no sorprende, pero indudablemente representa un golpe significativo. De hecho, Islandia era el único país nórdico que se opuso abiertamente a la participación israelí, siendo crítico con lo que considera un doble rasero por parte de la UER.
En un comunicado contundente, RÚV no escatimó en detalles sobre sus razones para retirar su participación. La cadena acusó a la UER de comprometer la integridad del festival y solicitó directamente la expulsión de KAN, la televisión pública israelí, argumentando que la situación ya había perjudicado la reputación del evento. “El debate público en este país y la reacción a la decisión de la UER indican claramente que no habrá alegría ni tranquilidad si Islandia participa en Eurovisión”, apuntó la RÚV, dejando claro que el objetivo de unir al pueblo islandés mediante su participación no se logrará bajo estas circunstancias.
La presión en Islandia ha sido considerable. El ministro de Medios, Logi Einars, junto con asociaciones de compositores, artistas e incluso la icónica Björk, ha expresado un rechazo unánime hacia la presencia israelí en el festival. A pesar de una votación en la Junta Directiva de RÚV que favoreció la expulsión de Israel, hubo una disidencia en la que 4 miembros votaron en contra. Sin embargo, esta decisión fue insuficiente para evitar la retirada.
En este contexto, la decisión de Islandia ha reactivado movimientos ciudadanos en otros países europeos. En Portugal y Bélgica, una serie de asociaciones y parte del público han comenzado campañas para instar a sus respectivas cadenas públicas a reconsiderar su participación en el festival. En Portugal, el festival preseleccionador ha visto a varios artistas declararse en contra de participar en Eurovisión, lo que podría generar una crisis para RTP si se lograra llegar a la victoria.
Curiosamente, no todos los países han seguido la tendencia de retirada. Polonia se ha desmarcado al anunciar su intención de participar en Viena, argumentando que Eurovisión aún puede ser un espacio de música y unión, en una postura que contrasta fuertemente con la de los países que han abandonado el festival.
Con cinco países menos en el line-up, la UER se enfrenta a un desafío significativo. Aseguró que las cuotas para los países restantes no aumentarán y defendió que los cambios en el sistema de votación aportarán mayor transparencia. Sin embargo, la salida de Islandia, un país con una rica tradición eurovisiva, simboliza un golpe que podría marcar el inicio de una crisis más profunda en la organización del festival, que ahora intenta sumar nuevos participantes para llenar los vacíos creados por estas bajas. La incertidumbre sobre el futuro de Eurovisión se cierne, y las decisiones de los próximos días serán cruciales para determinar su rumbo.

















