Isabel y Pepe, un manchego, nos cuentan su aventura recorriendo el mundo

Romper con la previsibilidad de nuestras vidas fue el primero de los dos motivos que nos empujó a dejarlo todo el 6 de abril de 2019. El segundo: arrepentirnos de haberlo hecho nos pesaría menos que no haberlo intentado nunca.

Trabajar de 9 a 18, con una hora para comer, dejó de ser atractivo cuando vimos que era lo que nos esperaría durante los próximos 35 años, y eso si teníamos la suerte de que otra crisis como la del 2008 no nos apartaba antes de la vida laboral.

Llenamos nuestras mochilas con estos argumentos, y enseguida nos dimos cuenta de que no nos cabía nada más. No teníamos otra opción que cumplir el gran sueño de nuestras vidas: dar la vuelta al mundo.

Con los sentimientos encontrados que sólo entiende quien ha dejado atrás a sus seres queridos en busca de sus sueños, nos despedimos de nuestras localidades natales. Pepe partió de Manzanares (Ciudad Real) e Isabel desde Plasencia (Cáceres), ambos con destino Madrid. Allí tomamos un avión hacia la primera parada de nuestra nueva vida: San Petersburgo.

Después vendría Moscú, el Transiberiano, el desierto mongol del Gobi, China, Japón, Vietnam, Camboya, Malasia, Singapur y Filipinas, antes de llegar a Australia, país en el que actualmente residimos antes de continuar por la parte occidental del planeta.

Pero, ¿cuáles son los pasos que nos han guiado desde que tomamos la decisión hasta el día de hoy?

El primero de todos, ponerle una fecha. Concretar lo abstracto, ponerle nombre y apellido, y condicionar el resto de nuestras decisiones pensando sólo en esa.

El segundo, establecer un ahorro mensual innegociable, poner a la venta nuestras pertenencias, y dejar de gastar cantidades de dinero que aisladas eran pequeñas pero juntas no lo eran tanto.

Y el último, pero no por ello menos difícil, decidir qué países queríamos visitar y cuántos días y recursos dedicarle a cada uno de ellos. Una tarea hercúlea que parece sencilla hasta que te das cuenta de que no sabes por donde empezar.

Precisamente fue este uno de nuestros primeros aprendizajes: cuanto más ves, más consciente eres de cuánto te queda por visitar. Al igual que cuanto más sabes, más te das cuenta de lo que ignoras.

Tras decidir que Rusia sería el primer destino porque es el país que más fácil y económicamente conecta Europa con Asia, no tuvimos dudas de que el criterio que seguiríamos para conectar un país con el siguiente sería la proximidad.

Desde entonces han pasado nueve meses y nuestros ojos han visto tantos lugares que cuando nos preguntan qué es lo que más nos ha gustado de todo lo que hemos visto no sabemos qué contestar.

De Rusia nos quedamos con la majestuosidad de la Plaza Roja de Moscú, la calidez de los viajeros del Transiberiano y la inmensidad del Lago Baikal congelado, la reserva de agua dulce más grande del planeta.

De Mongolia: la sencillez vital de sus nómadas, las vastas estepas desérticas, y el zarandeo de los camellos bactrianos.

De China recordamos quedarnos sin palabras con las torres de piedra de Zhangjiajie, con las formaciones kársticas de Yangshuo y con la infinita Muralla China.

De Japón destacamos la educación nipona, sus toriis sintoistas, la pulcritud de sus zonas públicas y privadas, y el delicioso sushi del mercado Tsukiji.

De Vietnam no podemos olvidar el tour de 3 días en moto de Ha Giang, la angostura de los túneles de Cuchi y el contraste de los edificios coloniales con los comercios locales.

De Camboya tenemos grabado su reciente y negro pasado durante la dictadura de los jemeres rojos y los incontables pasillos del Angkor Wat.

De Malasia revivimos la infinita altura de sus Torres Perronas y los coloridos templos hindúes de las cuevas Batu.

De Singapur admiramos su capacidad para concentrar en muy poco espacio una variedad de culturas y religiones como no existe en ninguna otra parte del mundo.

De Filipinas echamos de menos sus playas de arena blanca y agua cristalina, la sonrisa de los filipinos y la felicidad de los niños.

En Australia seguimos generando recuerdos, mezclando alegría y tristeza. Alegría porque nos ha ayudado a encontrar una vida que nos permite digerir lo vivido en cinco meses mientras descubrimos sitios en los que nunca habíamos estado antes. Tristeza por la impotencia que sentimos de ver cómo arde uno de los países más bonitos del mundo.

Echando la vista atrás aún nos cuesta creernos la suerte que tenemos de poder hacer este viaje. Nos sigue pareciendo mentira que fue hace menos de un año cuando salimos de casa con la incertidumbre de qué nos depararían los meses venideros y de si seríamos capaces de recordarlo para contarlo a nuestros hijos y nietos algún día.

Para no olvidarlo, y por la felicidad que nos proporciona ayudar a que otros viajeros cumplan sus sueños, decidimos abrir un blog y una cuenta de Instagram donde guardaríamos todo lo vivido para enseñarlo al mundo y sentirnos cerca de los que más nos quieren.

Nuestro blog se llama nuestrosviajesporelmundo.com y nuestra cuenta de Instagram es @_viajesmundo_ y aún seguimos maravillados por la cantidad de gente increíble que hemos conocido (y seguimos conociendo) gracias a internet.

Muchas gracias por darnos la oportunidad de contar nuestra pequeña historia a través de este medio y a sus lectores sólo queremos dejarles un mensaje: se puede.

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Una publicación de Diario de La Mancha.

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