En una sociedad donde las dinámicas familiares evolucionan constantemente, la gestión del permiso de paternidad se convierte en un termómetro que mide el progreso hacia la igualdad de género. En este contexto, dos historias resuenan con experiencias contrapuestas: la de un profesor valenciano y la de un trabajador zaragozano en Italia, reflejando las dispares realidades que enfrentan los padres en Europa en términos de permiso parental.
En Valencia, España, un profesor de 32 años ha podido disfrutar de un año entero junto a su hijo, a través de una estrategica combinación de bajas y permisos de lactancia extendidos entre él y su pareja, reflejando la política de permiso de paternidad española, que otorga 16 semanas con remuneración íntegra. Este sistema, único en su simetría con el permiso de maternidad y carácter intransferible, sobresale no solo dentro de la Unión Europea sino también entre los países de la OCDE, estableciendo un estándar elevado en pro de la igualdad de género en el cuidado de los hijos.
Contrastantemente, en Milán, Italia, Alejandro, originario de Zaragoza y padre reciente, navega las limitaciones de un país donde el permiso de paternidad se restringe a apenas dos semanas. Entre visitas al hospital y su necesidad de retornar precipitadamente al trabajo, Alejandro ejemplifica la precariedad de la paternidad en contextos laborales y culturales menos favorecedores, sometido a un sistema que apenas roza lo estipulado por la Unión Europea como mínimo.
Mientras países como Suecia buscan balancear la carga a través de un generoso permiso de 480 días, con asignaciones específicas para garantizar la participación de ambos padres, en la práctica, la distribución sigue siendo desigual, reflejando persistencias culturales y económicas que favorecen permisos maternales extensos sobre la involucración paterna.
Este panorama se complica aún más en territorios como el Reino Unido y Grecia, donde los permisos de paternidad son breves y escasamente remunerados, exponiendo a los padres a un dilema entre sustento económico y compromiso familiar. En tales contextos, movimientos sociales y propuestas gubernamentales emergen como voces de cambio, reclamando sistemas más equitativos que permitan a los padres ejercer un rol activo en la crianza sin sacrificar su estabilidad financiera.
Comparativamente, en naciones como Rumanía y Alemania, aunque los permisos parentales son generosos en duración, su configuración perpetúa roles de género tradicionales, incentivando a las mujeres a asumir el rol de cuidadoras principales y relegando a los padres a un segundo plano, lo que refleja un uso desigual que eventualmente refuerza la brecha salarial de género.
España emerge como un modelo prometedor, fomentando una distribución más equitativa del cuidado infantil y desafiando las normas sociales sobre los roles de género en el hogar. Sin embargo, el país aún enfrenta desafíos significativos en lo que respecta a la conciliación familiar y laboral más allá del primer año de vida del bebé, así como en el acceso a servicios públicos de cuidado infantil para menores de tres años.
En conclusión, aunque el permiso de paternidad en Europa presenta un mosaico de políticas, la dirección es claramente hacia una mayor igualdad de género en el cuidado de los hijos. Las historias de familias como las de Valencia y Milán no solo ilustran las disparidades actuales, sino que también subrayan la urgente necesidad de reformas que reconozcan y valoren el papel de los padres en la paternidad activa y presente, en búsqueda de una sociedad más equitativa.