En un acto que desafía las normativas del orden público y pone a prueba los límites de la libertad de expresión, activistas alemanes llevaron a cabo una singular protesta contra el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), que ha obtenido un sorprendente 20% de los votos en las recientes elecciones, convirtiéndose en la segunda fuerza del Parlamento. Este 23 de febrero de 2025, mientras los ciudadanos acudían a las urnas, un enorme autobús equipado con altavoces, luces de colores y máquinas de humo, simulando una discoteca móvil, se aparcó frente a la sede de la AfD en Berlín. Durante 15 minutos, una tonadilla que repetía «Mierda AfD» sonó como una nana, seguida de una estridente alerta de sirena que duró 10 minutos, obligando a los presentes, incluidos los agentes policiales y activistas pro-LGBT, a cubrirse los oídos.
Esta protesta antifascista se produce en un contexto de creciente preocupación por el auge de la ultraderecha en Alemania y el resto de Europa. La AfD, descrita por los servicios secretos alemanes como un partido de extrema derecha, centra su discurso en temas como la inmigración y el islam, promoviendo una visión excluyente que diferencia entre alemanes «puros» y ciudadanos de origen extranjero. La efectividad de estas tácticas ha sido cuestionada, mientras el país y sus instituciones lidian con la mejor manera de enfrentar esta ola política sin precedentes.
El crecimiento del partido, desde su concepción como una fuerza antiestablecimiento hasta convertirse en un desafío serio para la democracia alemana, plantea dilemas sobre cómo contener ideologías antidemocráticas sin vulnerar los principios democráticos de libertad de expresión. Los llamados a prohibir el AfD chocan con el recuerdo del Tribunal Constitucional rechazando una solicitud similar contra el NPD en 2017, argumentando que era demasiado insignificante para justificar tal medida. Sin embargo, ahora, con un 20% del electorado detrás, la situación es radicalmente diferente.
La estrategia de contención también toma forma en la adopción de un «muro de incendios» o «cordón sanitario», una negativa a colaborar políticamente con partidos de ultraderecha que ha sido implementada en otros países como Francia contra el Frente Nacional. Aunque esta táctica ha mostrado cierta eficacia a corto plazo, los resultados de elecciones recientes en Francia y Alemania sugieren que no aborda las causas subyacentes del malestar que alimenta el voto ultraderechista.
Un análisis más profundo revela que el atractivo de la AfD y otros partidos similares radica no solo en sus posturas sobre temas polarizadores como la inmigración, sino también en su habilidad para presentarse como víctimas de un sistema que busca silenciarlos. Este sentido de confrontación con el «establishment» es precisamente lo que atrae a una porción significativa del electorado, cansada de lo que perciben como políticas desconectadas de la realidad por parte de los partidos tradicionales.
La respuesta al ascenso de la ultraderecha en Alemania y Europa es compleja. Prohibirlos o ignorarlos parecen extremos igualmente ineficaces. A medida que el AfD gana terreno, el desafío para los demócratas es encontrar maneras de combatir sus narrativas sin darles más munición, promoviendo un debate público saludable que aborde las preocupaciones legítimas de los votantes sin sacrificar los valores fundamentales de libertad e igualdad. La táctica de la sirena y las luces del autobús frente a la sede de la AfD, aunque espectacular, destaca la necesidad urgente de soluciones más constructivas que contribuyan verdaderamente a fortalecer la cohesión social y la democracia en Alemania.
