Europa central está viviendo días críticos a raíz de las inclemencias del tiempo, que han dejado una estela de destrucción, muerte, y desplazamiento masivo de poblaciones. La borrasca Boris, con su furia desatada, ha causado la pérdida de al menos 18 vidas y ha dejado miles de afectados en su recorrido por el centro y este del continente. «Todo es agua», es la frase que resume la dramática situación que viven miles de familias, viendo cómo sus hogares y sus vidas se sumergen bajo el agua.
Mientras tanto, en el sur de Europa, Portugal enfrenta un escenario diametralmente opuesto pero igualmente devastador. El país ibérico se debate contra las llamas en una de las peores oleadas de incendios forestales de los últimos años, que desde el 14 de septiembre, han consumido más de 10.000 hectáreas de terreno entre Oporto y Aveiro. A pesar del despliegue masivo de más de 5.000 bomberos y la ayuda internacional, incluidos aviones de extinción de España, Francia, Italia y Grecia a través del Mecanismo de Protección Civil de la Unión Europea, los incendios siguen avanzando sin control.
Las imágenes captadas por el satélite Sentinel-3 del programa Copernicus de la UE son testimonio del dramático alcance de este desastre, mostrando una nube de humo de aproximadamente 100.000 kilómetros cuadrados sobrevolando el Atlántico, hasta alcanzar el norte de España. Este hecho subraya la magnitud del desastre, afectando no solo a Portugal sino también a sus vecinos, llevando a las autoridades españolas a emitir recomendaciones para las personas con problemas respiratorios ante la disminución de la calidad del aire.
La situación de emergencia ha llevado a la declaración de zonas catastróficas en los municipios afectados en Portugal, mientras se enfrentan a la adversidad con una mezcla de coraje y desesperación. Los pronósticos meteorológicos no auguran mejoras inmediatas, aunque hay esperanza hacia el final de la semana con la posibilidad de lluvias que podrían ayudar en la lucha contra el fuego.
Este escenario catastrófico no solo ha cobrado vidas e innumerables pérdidas materiales, sino que también ha evidenciado la vulnerabilidad de Europa frente a fenómenos climáticos extremos. La solidaridad internacional se ha activado, enviando recursos y asistencia técnica para combatir las llamas en Portugal, mientras que en Europa central, las tareas de búsqueda y rescate continúan en medio de las inundaciones.
La comunidad internacional observa con consternación cómo el cambio climático contribuye a la severidad de estos eventos, obligando a repensar las estrategias de prevención y respuesta ante desastres naturales. La colaboración transfronteriza mediante herramientas como el programa Copernicus es un paso en la dirección correcta, pero los acontecimientos actuales subrayan la necesidad urgente de acciones concretas para combatir los efectos cada vez más devastadores del cambio climático.