Cuando Viktor Orbán pisa Bruselas, el ambiente cambia. El primer ministro húngaro, conocido por su enfoque autoritario de gobierno, encuentra en la capital de la Unión Europea (UE) el escenario perfecto para destacar, provocar y capturar la atención con cada una de sus acciones y declaraciones. Su predilección por ser el centro de atención es bien conocida; por eso, la elección de Hungría del eslogan «Make Europe Great Again» para su término en la presidencia rotatoria del Consejo de la UE no sorprendió a muchos. Esta elección marca un claro paralelismo con el lema de Donald Trump durante las elecciones estadounidenses de 2020, en un momento crítico para la UE ante la perspectiva de una nueva administración Trump.
La presidencia húngara, que coincide con el inicio de una nueva legislatura europea, se percibe como un período de baja actividad real en la UE, lo que posiblemente mitigará la influencia de Hungría durante su mandato. Sin embargo, esta presidencia brinda a Orbán una nueva plataforma desde la cual puede continuar ejerciendo su estilo distintivo, lo que aparenta ser más una maniobra estética que una práctica, aunque no por ello menos desafiante para los líderes europeos. Hungría, actualmente bajo el procedimiento del artículo 7 de los Tratados de la UE por sus desafíos al Estado de derecho, ve esta presidencia como una oportunidad para presionar a la Comisión Europea para desbloquear los fondos retenidos.
Dentro de este contexto, las negociaciones entre Hungría y la UE han sido tensas, especialmente considerando la reciente oposición de Orbán a la reelección de Ursula von der Leyen como Presidenta de la Comisión Europea. Esta tensión sugiere una presidencia del consejo donde el consenso y la cooperación leal podrían verse comprometidos, a pesar de la afirmación de Balazs Orbán (no relacionado con el primer ministro) sobre la búsqueda de una cooperación leal con la Comisión.
Mientras tanto, otros líderes europeos como Alexander de Croo, primer ministro en funciones de Bélgica, han comentado sobre la naturaleza de la presidencia, destacando que no otorga a ningún país la posición de “jefe de Europa”, sino que más bien debería verse como una oportunidad para forjar compromisos.
La estrategia de Bruselas parece inclinarse hacia minimizar los impactos que la inminente presidencia húngara podría tener en el curso de la UE, como lo demuestra la reciente decisión de avanzar con el financiamiento a Ucrania sin el apoyo de Hungría, haciendo uso de medidas legales para contrarrestar el bloqueo húngaro.
Esta maniobra refleja la creciente frustración frente a los obstáculos planteados por Budapest y adelanta una presidencia que, aunque podría parecer apagada o ineficaz, significará seis meses donde la UE deberá navegar cuidadosamente las aguas de la diplomacia y la política interna para mantener su rumbo. La pregunta que permanece es cómo la UE y Hungría encontrarán un terreno común en medio de estas tensiones palpables, y si «Hacer Europa Grande Otra Vez» resonará como una promesa de unidad o un eco de división.