A pesar de los avances en la reducción de desigualdades entre los Estados miembros de la Unión Europea, los desequilibrios internos emergen con fuerza. Regiones como Polonia han avanzado notablemente, pero muchas áreas rurales y ciudades medianas continúan estancadas, creando lo que la Comisión Europea denomina «trampa del desarrollo». Esta situación no solo afecta la economía local, sino que también genera un sentimiento de abandono que alimenta el descontento social y, en ocasiones, el surgimiento de partidos euroescépticos.
El crecimiento económico se ha intensificado en grandes ciudades, dejando a muchas regiones con acceso limitado a oportunidades laborales y servicios esenciales. Esta polarización geográfica refuerza un ciclo vicioso: el deterioro de servicios, la falta de opciones laborales y la fuga de talentos crea entornos propicios para el desarrollo de posturas políticas extremas. La fragmentación del continente amenaza con perpetuar una Europa a tres velocidades: un norte dinámico, un sur dependiente y un este en reconstrucción.
Para afrontar estos desafíos, se necesita un enfoque renovado en las políticas de cohesión. Las próximas reformas, que incluyen la posible fusión de fondos regionales con la Política Agrícola Común, podrían dificultar la atención a las necesidades locales al centralizar decisiones en manos de los Estados. Sin una inversión sólida en regiones rezagadas, el riesgo es que la UE siga fragmentándose, afectando la coherencia de su proyecto integrador y limitando las oportunidades de sus ciudadanos.
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