Las calles de Marruecos están vibrando con un potente grito de descontento que resuena entre generaciones jóvenes: «No queremos Mundial, queremos sanidad». En un país donde el fútbol ha sido a menudo un refugio para la crítica social, este lema se torna un símbolo de protesta contra la desigualdad y la falta de oportunidades. A pesar de la pasión por el deporte rey, miles de jóvenes han salido a manifestarse en ciudades como Rabat, Casablanca y Tánger, cuestionando la inversión de miles de millones de dirhams en infraestructuras para la Copa del Mundo mientras las carencias en educación y sanidad se agudizan.
El movimiento, conocido como Gen Z 212, ha cobrado fuerza impulsado por redes sociales y la inspiración de protestas internacionales. Con un alarmante desempleo juvenil que supera el 37%, muchos jóvenes se sienten atrapados en un sistema que prioriza el espectáculo ante el bienestar social. La respuesta del gobierno ha sido una mezcla de negociaciones y represión: más de 400 detenidos y al menos tres muertes en enfrentamientos subrayan la gravedad de la situación, evidenciando un clima de tensión creciente entre el deseo de cambio y la autoridad del Estado.
Los días de manifestaciones han fusionado la pasión futbolística con un mensaje político claro, donde los mismos aficionados que apoyan a las estrellas del fútbol local han pasado a ser un canal de denuncia. Las canciones y consignas que llenan los estadios se han transformado en himnos de lucha contra la corrupción y el desempleo, reflejando una juventud que, a pesar de la represión, busca hacerse escuchar. La paradoja de un país que busca mostrarse al mundo a través de un Mundial, mientras su gente demanda atención a necesidades básicas, visualiza un conflicto social que podría marcar el rumbo de Marruecos en los próximos años.
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