La incertidumbre en torno a un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia sobre Ucrania se ha convertido en un drama político de proporciones épicas. La situación se intensificó recientemente tras una prolongada llamada entre Vladimir Putin y Donald Trump, que protocolizó la idea de una segunda cumbre. Sin embargo, esa expectativa se desmoronó rápidamente cuando Trump descalificó cualquier interés en continuar negociaciones que no parecían fructíferas, dejando a muchos en la comunidad internacional preguntándose si alguna vez habrá un verdadero consenso sobre el conflicto.
A pesar de casi diez meses de negociaciones, la postura vacilante de Trump ha hecho que las perspectivas de un acuerdo real sean más lejanas que nunca. Aunque sigue proporcionando armas e información de inteligencia a Ucrania, se resiste a ofrecer misiles avanzados, mientras que las sanciones impuestas a las empresas petroleras rusas resultan insuficientes. Las exigencias fundamentales de Moscú, como la prohibición de que Ucrania se una a la OTAN y la retirada militar de ciertas regiones, se mantienen inalteradas, indicando que Putin confía en que el tiempo operará a favor de sus intereses.
En el horizonte, la Unión Europea se enfrenta al desafío de replantear su estrategia ante un conflicto que podría extenderse por años. La falta de apoyo decidido de EE.UU. plantea la necesidad de un plan quinquenal que contemple una inversión significativa en la defensa y reconstrucción de Ucrania. Mientras tanto, Moscú sigue utilizando tácticas híbridas para erosionar la unidad europea, lo que deja en claro que la confrontación tendrá un largo camino por recorrer. Sin una agenda clara y recursos suficientes, el futuro de Ucrania podría depender del compromiso de la comunidad internacional para contrarrestar la influencia de un Kremlin que actúa como adversario abierto.
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