Los virus pueden infectar todo tipo de células: animales, vegetales, hongos, algas y también bacterias. Los bacteriófagos o fagos son los virus que infectan bacterias.

En 1915 un microbiólogo inglés, Frederick W. Twort, describió que las bacterias podían sufrir una “enfermedad” que las licuaba y sugirió que podía estar causada por algún tipo de virus que las infectara. Dos años después, el francés Felix D´Herelle, quizás de forma independiente, descubrió el mismo fenómeno y denominó a estos virus bacteriófagos, virus que “comen” bacterias.

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Bacteriófagos infectando una bacteria (fotografía por microscopía electrónica).
Wikimedia Commons / Professor Graham Beards, CC BY-SA

Fue, por tanto, el francés quien los lanzó a la fama al publicar el primer trabajo sobre los mismos en 1917. Su primera descripción fue de un filtrado obtenido a partir de las heces de un individuo con disentiría que contenía unos “microbios invisibles”, los cuales eran “antagonistas” para las bacterias.

Aquellos “microbios invisibles” recordaban a los “fluidos vivos contagiosos” descritos unos años antes por Dimitri Ivanosky, que se agrupaban bajo el nombre de virus (o venenos) filtrables. Desde entonces, los virus que infectan bacterias han contribuido al avance de muchas áreas de la ciencia, sobre todo al desarrollo de la biología molecular y la genética.

Primeros ensayos con fagos

D’Herelle ya sugirió su uso como agentes para controlar enfermedades infecciosas y comenzó a emplearlos en humanos. Para comprobar que eran seguros, él mismo (junto con su familia y colaboradores) probaron una suspensión de fagos. En 1919 empleó con éxito una suspensión de fagos para tratar pacientes que sufrían de disentería bacilar y cólera. En 1929 publicó el empleo de fagos para tratar la infección por Salmonella gallinarum en aves y la septicemia bovina por Pasteurella multocida.

En la época de Twort y D´Herelle no existían todavía los antibióticos: la penicilina, el primer antibiótico, no se descubrió hasta 1928. El éxito de D´Herelle hizo que varias compañías en Estados Unidos, Francia y Alemania se interesaran por el tema y se dedicaran a producir preparaciones de bacteriófagos para su empleo como terapia contra las enfermedades infecciosas, la fagoterapia, que fue muy utilizada en clínica en los años 30.

A pesar del entusiasmo de los resultados de estos primeros años, ya en 1934 comenzaron las primeras críticas, principalmente porque se desconocía la naturaleza exacta de los fagos, su biología. Además, no se había estandarizado la preparación de fagos y no se habían establecido unos criterios claros para poder comparar los resultados de distintas investigaciones. Pero, la “puñalada” final que acabó con la fagoterapia, al menos en los países anglosajones, fue el descubrimiento de los antibióticos.

Los antibióticos eclipsaron a los fagos, excepto en la Unión Soviética

La principal ventaja de los antibióticos frente a los fagos fue su potente actividad y amplio espectro: eran activos frente a gran cantidad de bacterias distintas. Además de la estabilidad durante el proceso de fabricación de los antibióticos, ya se habían comenzado a describir algunos casos de bacterias que eran resistentes a los fagos.

Por eso, a finales de los años 40 la apuesta ganadora fueron los antibióticos y se abandonaron los estudios sobre emplear fagos para tratar enfermedades infecciosas. Después de la Segunda Guerra Mundial la fagoterapia se abandonó.

Sin embargo, en los países del ámbito soviético las cosas fueran muy distintas. La fagoterapia fue muy empleada concretamente en Georgia y en Polonia. Era también una forma de diferenciarse de la ciencia “capitalista” y dar preponderancia a la ciencia soviética. Uno de los centros más conocidos donde se preparaban los bacteriófagos para toda la Unión Soviética fue el Instituto Tbilisi de Bacteriófagos, Microbiología y Virología de la República de Georgia, fundado en 1923 por el profesor George Eliava.

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El George Eliava Institute en los años 30 del siglo XX.
George Eliava Institute

Allí, el propio D’Herelle trabajó durante varios años. Es curioso que incluso hoy en día el Instituto Pasteur, donde el propio D’Herelle trabajó al principio con bacteriófagos, obtiene muchos de los fagos de laboratorios de Rusia o Georgia.

También en la Polonia “soviética” se realizaron muchas experiencias similares para el tratamiento de infecciones en humanos y animales por Acinetobacter, Burkholderia, Citrobacter, Enterobacter, Enterococcus, Proteus, Pseudomonas, Shigella, Staphylococcus, Streptococcus… Muchos de estos estudios pasaron desapercibidos para la comunidad científica internacional durante muchos años. Probablemente porque la mayoría de estos trabajos estaban escritos en ruso y prácticamente solo los rusos conocen su lengua.

En los años 70, se realizaron en Pakistán varios experimentos con fagos preparados en la URSS para el tratamiento del cólera, con la supervisión de la OMS. La conclusión fue que la fagoterapia no era tan efectiva como el tratamiento con el antibiótico tetraciclina. Sin embargo, comprobaron que el fago eliminaba la mayoría de los Vibrio (un género de bacterias), sin afectar a otros microorganismos intestinales y que no tenía ningún efecto tóxico para los pacientes.

Por tanto, compensaba seguir estudiando la fagoterapia como posible instrumento terapéutico, al menos en determinados casos. También se hicieron algunos ensayos en animales de granja infectados con E. coli y demostraron que la fagoterapia podría ser empleada no solo como tratamiento sino también como profilaxis.

Las ventajas del empleo de los fagos son su alta especificidad contra la bacteria concreta que produce la infección (los fagos no infectan a las células humanas, ni animales, ni plantas). Además, las bacterias tienen una menor tendencia a hacerse resistentes a los fagos. Por último, la producción de fagos es mucho más fácil y económica que la de antibiótico.

¿Cómo interaccionan los fagos con nuestro sistema inmune?

Uno de los riesgos de la fagoterapia es la interacción entre el sistema inmune del huésped y los fagos invasores. La respuesta inmune frente a los fagos depende principalmente de la localización de la infección bacteriana y del modo de administración de los fagos.

La aplicación tópica de fagos no tiene ningún efecto secundario pero, independientemente de la ruta de administración, los fagos pueden acabar penetrando en el sistema circulatorio. Si no hay bacteria huésped específica para el fago, los fagos rápidamente desaparecen por ser fagocitados.

Los fagos inducen anticuerpos específicos que pueden llegar a neutralizarlos e inhibir su efectividad. La concentración de anticuerpos neutralizantes depende de la ruta de administración y de la dosis. Los anticuerpos neutralizantes son el factor más importante responsable de limitar la eficacia de la fagoterapia.

Sin embargo, como la cinética de los fagos es mucho más rápida que la producción de anticuerpos neutralizantes por el huésped, no parecen ser un problema en el tratamiento inicial de enfermedades agudas. Pero sí puede ser un problema en las sucesivas dosis de un tratamiento continuo. Para ello, se suele aumentar la concentración de fagos en los tratamientos posteriores. Otra opción es emplear un cóctel de varios fagos distintos al mismo tiempo, lo que también reduce la posibilidad de desarrollar resistencia a los fagos.

Otro problema a tener en cuenta es que los fagos, al lisar las bacterias, pueden aumentar la concentración de endotoxina (el lipopolisacárido o LPS) o superantígenos bacterianos que pueden tener efectos tóxicos o inducir una respuesta inflamatoria. Además, los fagos pueden llevar consigo algunos genes de virulencia o de resistencia a los antibióticos que pueden transferirse a otras bacterias.

La fagoterapia hoy en día

Aunque en un principio los antibióticos parecieron la solución de las enfermedades infecciosas, la aparición también de resistencias a los antibióticos y su extensión por todo el planeta ha resultado ser uno de los grandes problemas de salud de este siglo.

Es importante tener en cuenta que el hecho de que una bacteria se haga resistente a los antibióticos no implica que también sea resistente a los mecanismos de lisis de los fagos. Ambos mecanismos de resistencia son diferentes. Por tanto, los fagos pueden ser capaces de matar bacterias resistentes a los antibióticos. Por eso, el empleo de fagos para tratar enfermedades infecciosas resistentes a los antibióticos, la fagoterapia, se ha vuelto a poner de moda como una alternativa eficaz.

Las bacteriófagos son muy abundantes en la naturaleza y los encontramos junto con las bacterias en todos los ambientes, en el suelo, en el agua, incluso en el aire. Su acción es muy específica, atacan a un tipo de bacteria concreta sin afectar, por ejemplo, a nuestras propias bacterias intestinales.

Además, tienen algunas ventajas respecto a los antibióticos: son productos “ecológicos” sin muchos efectos tóxicos o secundarios para nosotros, los animales, las plantas o el ambiente; son fáciles de producir y de aplicar; se pueden emplear como mezclas o cócteles de varios bacteriófagos a la vez; y su concentración se autolimita, aumenta en el cuerpo conforme se multiplican en las bacterias y luego van disminuyendo conforme esas bacterias van siendo eliminadas.

Hoy en día, en el Instituto Eliava (el antiguo Instituto Tbilisi de Bacteriófagos, Microbiología y Virología de la República de Georgia) existe probablemente la mayor colección de bacteriófagos del mundo. Producen bacteriófagos para tratar todo tipo de infecciones: sepsis, peritonitis, mastitis, abscesos purulentos, neumonías y bronquitis, quemaduras, etc. Y en todo tipo de formatos: líquido, pastillas, pomadas, aerosoles y nebulizadores e incluso supositorios. Preparan cócteles de combinaciones de fagos para serotipos distintos de Escherichia, Enterococcus, Proteus, Pseudomonas, Shigella, Salmonella, Staphylococcus y Streptococcus.

En Polonia, el centro de fagoterapia del Ludwik Hirszfeld Institute of Immunology and Experimental Therapy (en Wroclaw o Breslavia) ofrece terapias experimentales para infecciones por Acinetobacter, Burkholderia, Citrobacter, Enterobacter, Enterococcus, Escherichia, Klebsiella, Morganella, Proteus, Pseudomonas, Shigella, Salmonella, Serratia, Staphylococcus y Stenotrophomonas. Según datos publicados por el propio centro, entre el 35 y el 50 % de los pacientes tratados han dado resultados positivos.

En los últimos años también se ha comenzado a usar la fagoterapia en otros países como Francia, Bélgica, Suiza, EE.UU. y Canadá.

El futuro de la fagoterapia

Además, se están estudiando nuevas estrategias para mejorar y superar las limitaciones de la fagoterapia: el diseño de nuevas combinaciones de varios fagos al mismo tiempo, la combinación sinérgica de fagoterapia y antibióticos, el empleo de productos del fago en vez del fago completo (como las endolisinas), el uso nuevas tecnologías de dispensación de medicamentos como liposomas o la manipulación genética de los propios fagos.

Actualmente, los fagos se pueden modificar genéticamente para cambiar la especificidad de la bacteria huésped, reducir su inmunogenicidad y evitar que liberen toxinas bacterianas para minimizar su respuesta inflamatoria. Además, pueden extender su supervivencia después de su administración (fagos que duren más tiempo en el torrente circulatorio), mejorar su acción frente a biopelículas bacterianas con enzimas que degraden esas biopelículas, mejorar la lisis de las bacterias, etc.

De todas formas, la extensión del uso de fagos para curar enfermedades infecciosas va a requerir una regulación específica de los nuevos productos terapéuticos y algo de “marketing”: quizá algunas personas no reciban con buenos ojos eso de inyectarse unos virus para acabar con la infección. Habrá que explicarlo bien, los virus no siempre son malos y algunos nos pueden salvar la vida.

El autor habla sobre el empleo de virus bacteriófagos como sustitutos de los antibióticos.

Actualmente, hay solo unos pocos cientos de fagos descritos en las bases de datos, pero se calcula que ahí fuera, en la naturaleza, puede haber 10³¹ viriones. Conocemos solo una gota en el océano y las posibilidades terapéuticas futuras de los fagos son impresionantes. Es muy probable que en el futuro el médico nos recete un preparado de virus para acabar con alguna infección.


La versión original de este artículo está publicada en el blog microBIO

The Conversation

Ignacio López-Goñi no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.

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