Explorando el Territorio del Turismo: Un Análisis Completo de las Principales Regiones Europeas con Viviendas Vacacionales

En medio de un hervidero de gentes y carteles desfilando por las arterias de Málaga, Pablo y sus amigos se suman a la marejada humana que clama por un cambio rotundo en la dirección que ha tomado el turismo en su ciudad. «¿Mejor una cafetería-cafetería, no?» había bromeado Pablo antes de iniciar la jornada, aludiendo a la pérdida del tejido comercial local, ahogado por la invasión de franquicias y nombres en inglés, un síntoma de la creciente turistificación que afecta a su lugar de origen.

Málaga, emblemático escenario de lucha contra la especulación y la alienación de su esencia tradicional, es tan solo una pieza del puzzle en un continente que ve cómo sus joyas urbanas y rurales son poco a poco anegadas bajo la ola del turismo en exceso. Ha quedado patente que Europa sigue siendo el destino favorito a nivel mundial, y en este año, se proyecta que el turismo alcance cifras previas a la pandemia, una dualidad compleja que, si bien reanima la economía, estrangula la posibilidad real de vivienda y la sustentabilidad de vida de los locales.

El fenómeno del «overturism» deja en evidencia no solo en Málaga sino también en capitales como Atenas y Roma, aumentando el coste de vida a niveles estratosféricos mientras expulsa los comercios de barrio en favor de opciones orientadas exclusivamente a los turistas. En Andalucía, el número de pernoctaciones a través de alojamientos colaborativos roza la cúspide europea, siendo solo superada por la región costera de Croacia, subrayando la magnitud de un problema que transciende fronteras.

La situación en Grecia, con Atanas, las islas de Mykonos y Santorini como epicentros, subraya un grave conflicto entre la inundación turística y la calidad de vida de los residentes permanentes. El incremento del 475% en alojamientos de corta estancia en el sector central de Atenas ejemplifica la gravedad de un modelo de turismo que, lejos de ser sostenible, devora recursos y espacio a una velocidad alarmante.

Más allá de las costas y centros históricos, la polémica se extiende a italia, donde la relación con el turismo pende de un hilo muy fino. Las medidas restrictivas en Florencia y Roma buscan salvaguardar no solo la integridad arquitectónica, sino también el derecho a la vivienda y a la conservación de una vida local rica y autónoma, una narrativa que choca frontalmente con la visión del gobierno de extrema derecha de Meloni.

Canarias, Barcelona, Baleares, Málaga y Cádiz, ya han levantado su voz en una movilización sin precedentes que busca redefinir los límites y prioridades del modelo turístico en España. La situación, descrita como «crítica» por los organizadores de las manifestaciones en Málaga, deja entrever no solo un desacuerdo socioeconómico, sino una fractura en el concepto de comunidad y espacio urbano compartido.

La problemática recalca no solo la disparidad en el acceso a la vivienda, donde el alquiler ha llegado a precios prohibitivos, sino también el desplazamiento forzoso del comercio local, sumergido bajo franquicias y cadenas internacionales. «Guiri, capullo, el centro no es tuyo», gritan algunos, no como un eco de xenofobia, sino como un llamado a la conciencia sobre la despersonalización y venta de la cultura y espacio locales ante el capital extranjero.

Mientras tanto, el debate sobre el turismo continúa, dibujando en el horizonte una disputa no solo por el espacio físico, sino por el derecho a mantener viva la esencia y el derecho a una vida digna por parte de quienes llaman a estas ciudades su hogar. La lucha en Málaga y otros puntos de España y Europa no es contra el turista, sino contra un modelo que, lejos de compartir, excluye y separa.

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