La reciente Estrategia de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump ha generado una ola de análisis en el ámbito internacional, a pesar de que muchos se preguntan si él mismo ha tenido alguna participación real en su redacción. Este documento, que muchos consideran un reflejo de sus instintos más que de un plan estratégico bien articulado, ha resaltado cuestiones alarmantes sobre Europa, sugiriendo que el continente se encuentra al borde de una «aniquilación civilizacional». En un tono que recuerda más a la propaganda que a una evaluación seria, miembros de su administración ya han empezado a adoptar el lenguaje del documento para criticar a la Unión Europea, describiendo sus políticas como un «suicidio civilizacional».
Sin embargo, la perspectiva de que una región con sus retos deba ser tachada de ineficaz o en decadencia es, en esencia, reduccionista. A pesar de las críticas, Europa sigue siendo un espacio próspero con democracias robustas, libertad de prensa y calidad de vida superior a la media mundial. El documento de Trump, en su breve mención a la «resistencia» de partidos patrióticos y en su oferta de «gestionar las relaciones europeas con Rusia», no parece tener en cuenta la voluntad de los europeos de abordar estos desafíos por sí mismos.
El tono hostil y apocalíptico de la Estrategia de Seguridad Nacional revela no solo el estilo de liderazgo de Trump, sino también una falta de comprensión de la realidad europea. Aunque el continente enfrenta diversos retos, sigue siendo un bastión de estabilidad y éxito en un mundo incierto, lejos de los peligros de un «suicidio civilizacional». En el equilibrio de fuerzas globales, seguir reduciendo Europa a un mero «proyecto fallido» podría tener consecuencias más amplias y peligrosas.
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