Cruz y Raya se convirtieron en uno de los grandes referentes del humor televisivo en España gracias a un estilo reconocible, basado en imitaciones afiladas y personajes cotidianos que el espectador identificaba al instante. Desde sus primeros pasos en TVE hasta los especiales de prime time, su fórmula combinaba chistes rápidos, situaciones absurdas y una mirada crítica hacia la actualidad. Aquella mezcla les dio popularidad, pero también más de un quebradero de cabeza en los despachos.
En los años noventa, Cruz y Raya triunfaban en la televisión con programas especiales que reunían a la familia frente al televisor y demostraban la fuerza del humor en directo. Su presencia en la parrilla de Nochebuena o en grandes galas convirtió sus sketches en acontecimientos mediáticos, comentados al día siguiente en la calle y en el trabajo. En ese contexto, cualquier polémica se amplificaba y llegaba con rapidez a la dirección de la cadena.
EL HUMOR DE CRUZ Y RAYA EN LA TELEVISIÓN PÚBLICA
La televisión pública española vivía una etapa de transición, intentando modernizar su oferta sin perder el control sobre los contenidos más sensibles, y Cruz y Raya fueron parte de ese laboratorio. Sus sketches se emitían en horarios de máxima audiencia, donde la risa convivía con la necesidad de cuidar el tono, especialmente cuando aparecían personajes reconocibles. Esa tensión entre libertad creativa y prudencia institucional acompañó al dúo durante años.
En muchos programas, los responsables de contenidos revisaban los guiones y sugerían cambios cuando alguna parodia podía resultar demasiado directa o hiriente. Esa supervisión no siempre implicaba censura explícita, pero sí generaba autocontrol y negociaciones constantes. Cruz y Raya aprendieron a moverse en ese entorno, afinando sus chistes para mantener la esencia sin cruzar determinadas líneas marcadas desde arriba.
CUANDO LA PARODIA ROZABA LA CENSURA
Algunas imitaciones de Cruz y Raya provocaron quejas de espectadores y comentarios críticos en prensa, especialmente cuando caricaturizaban a figuras muy populares o temas delicados. En esos casos, los directivos de la cadena analizaban el impacto y valoraban si convenía pedir más prudencia en futuras entregas. Aunque muchas polémicas se apagaban rápido, otras dejaban huella en la relación entre el dúo y la televisión pública.
La frontera era difusa: un sketch que para muchos resultaba ingenioso, para otros podía interpretarse como una falta de respeto hacia el personaje parodiado. Esa diversidad de sensibilidades obligaba al equipo a revisar continuamente el tono de las bromas. El resultado fue un humor que seguía siendo atrevido, pero con una capa adicional de sutileza que se fue consolidando con el paso de los años.
GLOBO SONDAS, QUEJAS Y DESPACHOS

En más de una ocasión, un sketch servía como globo sonda para comprobar hasta dónde podían llegar sin provocar una reacción desmesurada de la audiencia o de la dirección. Si la respuesta se mantenía dentro de lo asumible, el dúo continuaba explorando esa línea en programas posteriores. Cuando las críticas subían de tono, se abría un pequeño expediente informal en forma de reuniones y advertencias.
Las quejas podían llegar por carta, llamadas telefónicas o incluso debates en medios, lo que obligaba a RTVE a mostrar que estaba vigilante. En ese contexto, se entendía que los humoristas debían ser responsables sin perder frescura. Cruz y Raya aceptaban ese juego y lo incorporaban a su manera de escribir, demostrando que era posible mantener el pulso crítico sin caer en la caricatura gratuita.
EL CONTEXTO DEL HUMOR EN LOS NOVENTA
El humor televisivo en España durante los noventa vivía una auténtica explosión, con dúos, tríos y programas especiales que competían por la atención del espectador. Cruz y Raya compartían espacio con otros cómicos que también jugaban con la parodia y el sketch, lo que generaba una especie de carrera por ver quién lograba el gag más recordado. En ese ambiente, subir un poco el tono era casi inevitable.
Sin embargo, la sensibilidad social era distinta y temas hoy habituales en la comedia se consideraban entonces terreno resbaladizo. La combinación de audiencias masivas y una regulación más estricta hacía que cada paso en falso se volviera noticia. Cruz y Raya supieron leer ese clima y adaptarse, manteniendo su sello sin renunciar a la idea de que el humor debía incomodar de vez en cuando para resultar verdaderamente efectivo.
CÓMO CRUZ Y RAYA ESQUIVABAN LOS LÍMITES

Con el tiempo, Cruz y Raya perfeccionaron una fórmula basada en el doble sentido, los guiños al espectador y la caricatura amable más que en el ataque frontal. En lugar de ridiculizar directamente a una figura, exageraban tics, situaciones y gestos que el público reconocía con una sonrisa cómplice. Esa estrategia les permitía seguir siendo críticos sin alimentar grandes batallas con la censura.
También recurrían a personajes inventados que evocaban a personas reales sin nombrarlas, lo que servía como escudo ante posibles reproches de falta de respeto. Esa mezcla de creatividad y sentido práctico les ayudó a sostener una larga carrera en televisión, adaptándose a distintas etapas de la cadena y a cambios en la sensibilidad del público general. El resultado fue un legado de sketches que hoy se siguen revisando y compartiendo.
EL LEGADO DE SUS IMITACIONES EN TVE
A pesar de las fricciones y advertencias, Cruz y Raya quedaron asociados a una idea de televisión valiente, capaz de reírse de sí misma en la pantalla pública. Sus imitaciones demuestran cómo el humor puede servir para retratar una época, sacando punta a los personajes que dominaban la conversación en la calle y en los medios. Muchos espectadores descubrieron la sátira televisiva gracias a su trabajo.
Hoy, sus programas se revisan en plataformas y archivos de RTVE como pieza clave del humor español de los noventa y dos mil. En esos sketches se aprecia la evolución de la televisión, pero también la de una sociedad que aprendió a convivir con la crítica y la broma desde la pantalla pública. La historia de Cruz y Raya es, en buena medida, la historia de cómo el humor fue empujando poco a poco los límites de lo aceptable.

















