Los españoles pasan un 32% más de tiempo mirando pantallas que durmiendo

Smartphones, ordenadores portátiles, tablets, televisiones inteligentes… Poco a poco estos dispositivos electrónicos se han convertido en objetos imprescindibles no solo en la faceta profesional de las personas si no también en la personal, provocando que se pase cada vez más tiempo pegados a ellos.

De hecho, los españoles pasan una media de 11 horas diarias mirando pantallas o lo que es lo mismo, unos 167 días al año, según un estudio realizado por Multiópticas. Dicho de otra manera, un 32% más del tiempo que los españoles dedican a dormir, como arroja un informe de Fitbit que afirma que en España se duerme una media de 7 horas y 31 minutos al día. Cifras realmente llamativas sobre todo cuando se trata de los más pequeños de la casa.

Ante esta situación la Organización Mundial de la Salud (OMS) insiste en que los menores de 2 años no deberían exponerse a las pantallas. Sin embargo, 1 de cada 3 niños accede a ellas antes de los 3 años, tal y como afirma el estudio de Multiópticas. Pese a ello, en España no hay ningún organismo o institución nacional que haya publicado directrices o pautas sobre las horas que pueden pasar los menores frente a las pantallas, según un análisis elaborado por Qustodio, plataforma de seguridad y bienestar digital para familias. No es el caso de Estados Unidos, donde la ‘American Academy of Pediatrics’ (AAP) recomienda a los padres fijar un límite de 1 hora diaria para los niños de 2 a 5 años.

De hecho, la concienciación existente en Estados Unidos les ha llevado a poner en marcha el‘National Day of Unplugging’ (Día Nacional de la Desconexión) celebrado el primer viernes de marzo. Un día que en España, de momento, no existe.

Teniendo en cuenta todos estos datos, desde Qustodio han analizado algunas de las razones que explican todo el tiempo que dedican los niños a las pantallas y cuáles pueden ser las consecuencias de una exposición excesiva:

Los primeros responsables, las familias. No son pocos los padres y madres que prestan su móvil o tablet a sus hijos para entretenerles y que estén distraídos durante un rato. Esto, sumado a la cantidad de horas que pasan los adultos con sus dispositivos, les convierte en un mal ejemplo del uso responsable de la tecnología para los menores.

¿Por qué las pantallas son adictivas? Músicas, ‘scrolls’ infinitos, notificaciones o botones de like son algunas de las técnicas que utilizan las apps para atraer a los usuarios y que pasen más tiempo en ellas. Esto afecta especialmente a los menores de edad, cuyo cerebro genera dopamina (la hormona del placer) ante estos estímulos. Dicho de otra manera, las pantallas generan un efecto muy similar en niños que los casinos o las casas de apuestas en adultos.

En este sentido, Manuel Bruscas, vicepresidente de producto de Qustodio, advierte sobre los algoritmos que hay detrás de muchas aplicaciones, diseñadas para mantener enganchado al usuario. «Recomiendo a los padres que establezcan límites de tiempo que obliguen a sus hijos a desconectarse. Es demasiado fácil dejarse llevar por el flujo interminable de propuestas de vídeo, pero no todo el contenido en línea es positivo. Por ello, el trabajo de los padres no solo es establecer límites de tiempo, sino también revisar la calidad del contenido que visualizan sus hijos de forma regular».

Consecuencias psicológicas: Una exposición excesiva a las pantallas en menores de edad puede generar depresión, falta de autoestima, adicción, nomofobia (miedo a estar desconectado) e, incluso, comportamientos violentos cuando los padres les intentan retirar los dispositivos.

Y físicas. El abanico de posibles consecuencias es incluso mayor. Va desde la obesidad hasta secuelas oculares como vista cansada, enrojecimiento de los ojos o miopía, sin olvidar elinsomnio que causa el color azul de pantallas de móviles y ordenadores al inhibir la producción de melatonina, la hormona del sueño.

Puede afectar al aprendizaje. Existe una relación entre el uso de las pantallas y una menor integridad estructural en la zona del cerebro que apoya el lenguaje y las habilidades de alfabetización emergentes en los niños de preescolar, tal y como afirma un estudio publicado en la revista JAMA Pediatrics.

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