Marruecos atraviesa un momento de intensa agitación social, marcado por noches de enfrentamientos entre jóvenes y fuerzas del orden. La violencia se incrementó cuando, tras protestas inicialmente pacíficas convocadas por el colectivo Gen Z212 —que demanda mejoras en los sectores de sanidad y educación—, se registraron intentos de asalto a comisarías, culminando en la muerte de dos jóvenes a manos de gendarmes en un episodio que la prensa oficial ha utilizado para deslegitimar las causas de las manifestaciones. El mensaje del gobierno es claro: se busca frenar el descontento juvenil invocando la necesidad de mantener la estabilidad nacional.
El impacto de las protestas ha sido significativo, con cientos de heridos y daños materiales severos en varias ciudades. La respuesta del gobierno ha sido la represión, con detenciones masivas y una presión sobre los manifestantes para que se mantengan en casa. Aunque algunos líderes de la oposición han mostrado empatía hacia las quejas de los jóvenes, también han instado a la responsabilidad, mientras que la mayoría gubernamental opta por una postura de silencio ante la crisis. La ansiedad social no solo se refleja en las calles, sino también en las palabras de figuras gubernamentales que sugieren una falta de atención a las preocupaciones que motivan este descontento.
En medio del caos, el rey Mohamed VI inauguró un proyecto social, distanciándose de los problemas inmediatos que enfrenta el gobierno. Las expectativas se centran en su próximo discurso tras el receso estival, donde se aguarda que aborde los crecientes retos sociales. A medida que los jóvenes continúan su lucha por un cambio significativo, el futuro de Marruecos parece depender de cómo se manejen la represión y el diálogo en este clima de tensión.
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