Roma, conocida por su rica cinta histórica que se extiende por casi tres milenios, ha sido testigo de infinitos momentos que han definido el curso de la historia. Pero ahora, se encuentra ante un evento sin precedentes: la muerte del papa Francisco, que ocurre en el contexto extraordinario de la coincidencia con un año santo y en pleno macropuente escolar que ha sembrado la calma en una Italia medio paralizada.
La ciudad, a pesar de ser conocida por su tendencia a reaccionar con lentitud, producto de su extenso y complejo tejido histórico y social, ha comenzado a adaptarse y prepararse para lo que promete ser un periodo sin igual en la historia de la Iglesia. Este evento, la elección de un nuevo papa durante un año santo, es una rareza que ha sucedido solo tres veces antes, prometiendo incrementar significativamente la afluencia de visitantes a la capital italiana. Esto plantea enormes desafíos para Roma, una ciudad con un sistema de transporte que ya de por sí lucha para satisfacer las necesidades de su población, limitada a apenas dos líneas de metro y la tercera en construcción desde hace una década.
Además, el espacio aéreo sobre Roma ya ha sido designado como zona de exclusión aérea y las fuerzas de seguridad italianas están preparando lo que se describe como un blindaje total de la ciudad. Esto se debe a la anticipada llegada de jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo para el funeral del Papa, incluido Donald Trump, quien ya ha confirmado su asistencia. La ciudad se encuentra en un momento de transición, cerrando con retraso numerosas obras de rehabilitación previstas para el Jubileo, lo que había ocultado sus monumentos más preciados y complicado aún más su ya caótico tráfico.
La muerte de Francisco no solo ha conmocionado a Italia y al mundo católico sino que también ha puesto en marcha un profundo proceso de reflexión y cambio dentro de la Iglesia. Francisco, recordado por su popularidad ascendente al comienzo de su papado y sus esfuerzos por abordar problemas críticos como la crisis migratoria en el Mediterráneo, deja un legado espiritual y un testimonio de liderazgo que se distingue de sus predecesores. Su deseo de ser sepultado en una tumba simple en la Basílica de Santa María la Mayor, lugar con el que se sintió profundamente conectado desde el inicio de su papado, resalta su profunda humildad y su conexión con los fieles.
Roma y el Vaticano ahora se preparan para recibir a cardenales de todo el mundo, muchos de los cuales fueron nombrados por el propio Francisco, señalando un posiblemente radical cambio en la composición del Colegio Cardenalicio. Estos próximos días determinarán no solo cómo se honrará la memoria de Francisco, sino también si su papado marcará el comienzo de un nuevo camino para la Iglesia o si el peso de la milenaria institución inclinará la balanza hacia la continuidad de sus antiguas tradiciones.
La capital italiana, por lo tanto, se encuentra ante un momento crucial. Mientras observa cómo se desarrollan estos históricos eventos, el mundo estará mirando, esperando ver cómo una de las ciudades más antiguas se adapta a los desafíos del siglo XXI y cómo la Iglesia Católica navegará por las turbulentas aguas del cambio y la tradición.