En un contexto global cada vez más interconectado, la reciente decisión de la Comisión Europea de incrementar los aranceles a los coches eléctricos importados desde China plantea una serie de preguntas fundamentales sobre el futuro del comercio internacional y el crecimiento económico. La medida, justificada por Bruselas bajo el argumento de que Pekín favorece a sus fabricantes con subsidios «injustos», amenaza con desatar una nueva ola de proteccionismo que, lejos de beneficiar a los consumidores y productores europeos, podría acabar por perjudicar a la economía en su conjunto.
La Comisión Europea ha decidido imponer tasas adicionales que varían según la empresa fabricante: SAIC deberá pagar un 38,1%, mientras que BYD, el principal grupo chino, un 17,4%. Estas cifras se suman al arancel genérico del 10% ya vigente en la Unión Europea. El vicepresidente de la Comisión y máximo responsable de Comercio, Valdis Dombrovskis, ha defendido que el objetivo no es cerrar el mercado europeo a los coches eléctricos chinos, sino garantizar una competencia justa. Sin embargo, esta argumentación parece más una fachada para ocultar una postura proteccionista que podría tener graves consecuencias.
La decisión de Bruselas, aunque provisional, ha generado un intenso debate. Se espera que las empresas afectadas presenten alegaciones antes de que las nuevas tarifas entren en vigor el 4 de julio. La reticencia de Alemania, una potencia automovilística europea, ha sido particularmente notable. Figuras políticas y empresariales alemanas han criticado la medida y han pedido negociaciones con China para evitar una posible guerra comercial. Las empresas alemanas han calificado la medida como «un paso en falso», argumentando que perjudicará tanto a consumidores como a productores.
China, con claras ventajas competitivas en la producción de vehículos eléctricos, baterías solares y de litio, domina hasta el 80% del mercado mundial de automóviles eléctricos y el 75% del de placas solares. En lugar de enfrentarse a esta realidad con medidas proteccionistas, tanto Estados Unidos como la Unión Europea deberían centrarse en fomentar la especialización en actividades maduras y sostenibles, alineadas con sus estrategias verdes y digitales, como explica el catedrático de economía Fernando González Laxe en un artículo en MUNDIARIO.
Una estrategia económica dudosa
La introducción de aranceles al comercio es una estrategia económica dudosa. Los argumentos de Estados Unidos y la UE sobre los «excesos de capacidad» china y el uso de amplias subvenciones a la producción son poco robustos. En una economía de mercado, la cuota de mercado de las empresas chinas en coches eléctricos no es más significativa que la de las empresas americanas o europeas en otros sectores. Además, tanto Estados Unidos como la UE han implementado sus propios programas de subsidios, como el Inflation Reduction Act y los fondos Next Generation, respectivamente.
En lugar de recurrir al proteccionismo, sería más beneficioso para Estados Unidos y la Unión Europea enfocarse en mejorar la competitividad de sus industrias a través de la innovación y la especialización. Además, deberían promover normas que protejan los derechos laborales de los trabajadores, un aspecto que ha sido relegado en China.
El proteccionismo no solo limita el crecimiento económico, sino que también retrasa las transiciones sostenibles necesarias para enfrentar los desafíos globales actuales. La Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) han advertido que la fragmentación económica global podría reducir el crecimiento del PIB mundial en un 5-7%.
Como señaló recientemente Martin Wolf, editor-asociado del Financial Times, «ahora prima lo político (politics) y no la política (policy)». En otras palabras, las decisiones económicas están siendo impulsadas más por intereses políticos a corto plazo que por políticas económicas sensatas a largo plazo.
La introducción de aranceles para proteger la industria occidental de la competencia china es, en definitiva, una apuesta arriesgada y contraproducente. Es esencial que Estados Unidos y la Unión Europea reconsideren su enfoque y busquen estrategias que promuevan la competencia justa sin recurrir al proteccionismo, para así garantizar un crecimiento económico sostenible y beneficioso para todos.