En Filipinas, la política siempre ha sido más parecida a una telenovela intensa y dramática que a los debates sosegados típicos de otras latitudes. La reciente disputa entre dos de las familias políticas más poderosas del país ha llevado las cosas a un nivel sin precedentes, con acusaciones de complots de asesinato que suenan más a guión de cine que a la realidad de un gabinete gubernamental.
La vicepresidenta Sara Duterte, hija de Rodrigo Duterte, conocido por su brutal campaña contra el narcotráfico durante su presidencia, ha arrojado un manto de sospecha sobre su propio socio de coalición, el presidente Ferdinand «Bongbong» Marcos Jr., hijo del notorio dictador y su esposa Imelda, famosa tanto por su autoritarismo como por su colección de más de mil pares de zapatos. Según Sara Duterte, hay un complot por parte de Marcos para asesinarla, algo que ella ha enfrentado con una amenaza igualmente mortal, evocando la tenebrosa política de «ojo por ojo».
Las acusaciones son explosivas, dada la historia de ambas familias. La de Duterte, con un patriarca que no ha dudado en admitir públicamente sus propios actos de violencia, y la de Marcos, que dejó un legado de corrupción y represión durante su dictadura. El hecho de que estos linajes hayan unido fuerzas en las elecciones de 2022 parecía una estrategia política para consolidar poder, pero las recientes revelaciones sugieren grietas profundas en esta alianza.
La severidad de las acusaciones ha puesto a las autoridades en alerta. La policía ha iniciado investigaciones, lo que podría llevar a un proceso de destitución contra la vicepresidenta, o incluso a su arresto, dependiendo de cómo se desenvuelvan los acontecimientos. La escala de estos eventos tiene consecuencias no solo para los involucrados directamente en el conflicto, sino también para el futuro político del país.
Filipinas, un país ya muy dividido por cuestiones de política, corrupción y la implementación de la ley y el orden, se encuentra ahora ante una incertidumbre aún mayor, a medida que el choque entre los Duterte y los Marcos se intensifica. La situación actual es el producto de décadas de políticas autoritarias y de luchas por el poder, en un sistema en el que el poder parece heredarse y la accountability (rendición de cuentas) es una rareza.
Los ciudadanos filipinos observan con atención y preocupación cómo se desarrolla esta disputa, conscientes de que el desenlace afectará inevitablemente la dirección que tome el país. Al margen de las investigaciones y del posible juicio político, queda claro que Filipinas está en un punto crítico en su historia política, uno que podría definir su trayectoria en las próximas décadas. La pregunta es si este episodio llevará a una reflexión más profunda sobre el liderazgo y la gobernanza, o si simplemente será un capítulo más en la larga telenovela de la política filipina.