En las últimas semanas, el primer ministro británico, Keir Starmer, ha enfrentado una notoria disminución en su popularidad, marcando un contraste significativo con el momento de júbilo que vivió tras lograr una mayoría absoluta para el Partido Laborista, algo que no se veía desde hace casi tres décadas. Aquel triunfo puso fin a catorce años de dominio conservador en la política británica y parecía augurar una nueva era de prosperidad y dirección segura para el Reino Unido bajo el liderazgo de Starmer.
No obstante, a cien días de su mandato, la situación se presenta menos halagüeña de lo previsto. Las expectativas que se tenían sobre Starmer, de ser el portador de cambio y estabilidad tras una serie de controversias políticas que afectaron a sus predecesores, parecen desvanecerse ante una serie de retos y decisiones cuestionables que han minado su credibilidad.
El Reino Unido, país que una vez lideró la economía mundial y se mantenía como una de las principales potencias europeas, hoy se ve confrontado con desafíos significativos en materias de inversión en transporte, energía y vivienda. Además, la nación afronta una pérdida de influencia diplomática en escenarios internacionales como la ONU, en parte relacionados con las complicaciones post-Brexit. Este contexto contrasta con la época victoriana, donde el Reino Unido se destacaba por su robusta infraestructura y liderazgo económico global.
Desde Downing Street, el liderazgo de Starmer ha sido cuestionado por su manejo de asuntos internacionales, incluida la cesión controlada a Mauricio de las Islas Chagos, en respuesta a la presión de la corte internacional, mientras se asegura la continuidad de la presencia militar británica y estadounidense en la región. Además, su enfoque en la relación con Israel y la adaptación de la política de ayuda en temas de defensa y bienestar social ha suscitado debate entre sus propios filas y la oposición.
La conferencia anual del Partido Laborista, esperada como una celebración del retorno al poder después de 14 años, reveló un ambiente de pesimismo, exacerbado por recortes iniciales y advertencias sobre desafíos futuros. Las críticas no solo provienen de los sindicatos y bases del partido, sino también destacan en la prensa, cuestionando la visión y capacidad de dirección de Starmer.
A nivel interno, la gestión de Starmer ha visto controversias por cambios en su equipo de asesores y críticas a su liderazgo y decisiones políticas. El primer ministro británico prometió un «reinicio» después de los turbulentos años marcados por el Brexit y escándalos como el Partygate; sin embargo, sus políticas hasta ahora han mantenido un statu quo que ha decepcionado a muchos, especialmente en el contexto europeo.
Con las encuestas mostrando una ventaja mínima sobre los conservadores y un índice de aprobación en declive, Starmer enfrenta el reto de redefinir su mandato y responder a la urgencia de los problemas estructurales del Reino Unido. La herencia de un país en búsqueda de dirección y soluciones a largo plazo es una carga pesada, y el tiempo dirá si el liderazgo de Starmer puede superar la crisis actual y encaminar al país hacia una era de renovación y crecimiento.