En un mundo donde las dinámicas de información cambian con rapidez vertiginosa, recentes eventos han dado un giro inesperado a la forma en que se percibe y se ejerce el periodismo. Horas antes de que el secretario general de la OTAN anunciara un nuevo acuerdo respaldado por los 32 miembros de la Alianza, se llevó a cabo una reunión del consejo del Atlántico Norte en la que, para sorpresa de muchos, se incluyó a influencers junto a diplomáticos y líderes mundiales.

Mientras el secretario Mark Rutte solicitaba la salida de los periodistas de la sala para «preservar el espíritu de la democracia», lo que permanecía entre bastidores era una decisión que ilustra el cambio en la percepción del rol de la prensa en el sistema informativo contemporáneo. Influencers como Caitlin Sarian, con más de un millón de seguidores en Instagram, compartían sus vivencias desde el mismo corazón del poder: “Tu ‘pequeño’ canal de ciberseguridad te ha llevado a una sala con los líderes más poderosos del mundo”, compartía Sarian en un tono de celebración que contrasta con la preocupación de muchos profesionales del periodismo.

Este giro, en el que las voces influyentes de las redes sociales parecen superar la importancia de los periodistas establecidos, ha despertado alarma entre defensores de la libertad de prensa. Organizaciones como Reporteros Sin Fronteras denuncian que esta tendencia refleja un estado de «colapso» inminente del periodismo. Thibaut Bruttin, director de la organización, advierte que los políticos ahora prefieren interactuar con influencers que con reporteros, convirtiendo el campo de la información en una especie de pantomima donde la apariencia puede superar al contenido riguroso y ético que debería caracterizar al periodismo.

La problemática no se detiene en la mera inclusión de influencers. Según el último informe de RSF, el periodismo enfrenta múltiples crisis: la violencia contra los periodistas, la creciente desconfianza del público y la propagación de la desinformación en un mundo cada vez más polarizado. Al respecto, el informe apunta que el giro en la política estadounidense, marcado por la administración Trump, ha alimentado un retroceso que se expande a nivel global, fomentando un clima hostil hacia los medios. La retórica de etiquetar a los periodistas como «enemigos del pueblo» y el uso estratégico de redes sociales para socavar su credibilidad son elementos que, a juicio de Bruttin, amenazan no solo a la profesión, sino a la misma esencia de la democracia.

En este contexto, se observa una falta alarmante de unidad entre los periodistas y una creciente división entre aquellos que se identifican como tales. Mientras el terreno se torna más peligroso para los reporteros, especialmente en zonas de conflicto como Gaza, el desamparo mutuo se convierte en una debilidad que afecta a todos.

A la luz de estos acontecimientos, la pregunta que nos queda es si, ante el avance de la desinformación y el deterioro de las normas periodísticas, podremos encontrar un camino hacia una comunicación que realmente sirva a lo público. Las fronteras entre la información verdadera y la propaganda se hacen cada vez más difusas. Sin un renacer del compromiso ético y comunitario entre los profesionales de la información, el escenario que enfrentamos será insostenible, tanto para la prensa como para la propia sociedad que busca información veraz y responsable.

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