En la actualidad, la geopolítica mundial vive momentos de indudable tensión, especialmente en Europa, donde la sombra de la amenaza rusa se cierne con fuerza sobre el continente. Ante este contexto, y en un panorama donde el apoyo estadounidense, bajo la administración de Donald Trump, pareció tambalearse, la Unión Europea se ve en la encrucijada de reforzar su autonomía y capacidad defensiva. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha abanderado esta iniciativa con el lanzamiento del ambicioso plan “Preparación 2030” (anteriormente conocido como “ReArm Europa”), con el cual se prevé una inversión de 800.000 millones de euros destinados a potenciar las fuerzas armadas de los Estados miembros.
Sin embargo, esta estrategia de fortificación militar no se limita solo a las grandes potencias del bloque, sino que se extiende a naciones de menor tamaño, cada una enfrentando sus propios desafíos. Austria, por ejemplo, se enorgullece de su histórica postura de «neutralidad estratégica» y ya cuenta con su plan de desarrollo denominado 2032+, el cual contempla una inversión de 17.000 millones de euros hasta el año señalado para el rearme de su ejército federal. La ministra de Defensa austriaca, Klaudia Tanner, ha señalado la posibilidad de obtener fondos adicionales de la UE, aunque la situación de déficit presupuestario del país podría ser un obstáculo importante.
Irlanda, otra nación neutra, enfrenta problemas aún más acuciantes, como el colapso casi total de sus capacidades defensivas debido a una gestión ineficiente y un renovado debate sobre su estatus neutral en el contexto de la agresión rusa en Ucrania. Con un gasto en defensa que apenas llega al 0.2% de su PIB, Irlanda se sitúa a la cola dentro de la Unión en términos de inversión militar, una cifra muy distante del 1.9% promedio destinado por los países miembros en 2024.
Por otro lado, Grecia, pese a enfrentar serios retos económicos, ha demostrado un firme compromiso con su seguridad nacional, destinando más del 3% de su PIB a defensa, cifra superior a la media europea. Este compromiso se traduce en planes para adquirir material militar de última generación, como aviones Rafale y fragatas Belharra, y un ambicioso proyecto de inversión de 25.000 millones de euros en tecnologías defensivas y en la industria armamentística nacional.
En el extremo norte de Europa, Suecia ha anunciado un significativo incremento en su gasto de defensa, proyectando alcanzar el 3.5% del PIB para el año 2030, lo cual supone el mayor rearme militar desde la Guerra Fría, según palabras de su primer ministro, Ulf Kristersson. Dinamarca y los países bálticos también se suman a esta tendencia, con amplios planes de inversión destinados a reforzar sus sistemas de defensa ante la creciente incertidumbre global y las amenazas específicas en su región.
Este escenario replantea el orden de seguridad en Europa y pone de manifiesto la urgencia de una autonomía defensiva para afrontar los desafíos del siglo XXI. La iniciativa de rearme, más allá de ser una respuesta a la coyuntura actual, refleja una visión a largo plazo sobre el papel que Europa aspira jugar en el tablero geopolítico mundial, asegurando su protección y promoviendo un ambiente de paz y estabilidad en el continente.