Este septiembre, China deslumbró al mundo con un impresionante desfile militar en Pekín, en conmemoración del 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Asia. La exhibición no solo mostró la vastedad de su arsenal bélico, desde misiles hipersónicos hasta sistemas avanzados como láseres de defensa, sino que también subrayó las ambiciones del Partido Comunista Chino en un contexto global. Con la presencia de figuras internacionales destacadas, incluidos líderes de países fuera de Occidente, China envió un claro mensaje sobre su fortalecimiento militar y su intención de desafiar el poder aeronaval de Estados Unidos en el Indo-Pacífico.
A pesar de la pomposidad del evento, persisten dudas sobre la efectividad real de las fuerzas armadas chinas. Aunque el desfile fue un indicativo del progreso tecnológico acelerado de China, la experiencia operativa de su ejército sigue siendo cuestionable. Desde su última guerra convencional en 1979 contra Vietnam, las capacidades de combate en conflictos reales se han mantenido en la penumbra. Además, las sucesivas purgas y la lucha contra la corrupción dentro del Ministerio de Defensa generan incertidumbre sobre el estado operacional de su arsenal y su capacidad de respuesta ante un escenario de alta intensidad.
Las comparaciones con Estados Unidos revelan un panorama complejo; si bien China ha cerrado la brecha en tecnología militar, su contexto organizacional y sus problemas internos podrían limitar su desempeño. La experiencia de Estados Unidos en conflictos de proyección global, apoyada por una infraestructura logística sólida y un enfoque flexible en la toma de decisiones, contrasta con las rigideces del mando chino. Así, mientras Pekín busca consolidarse como una superpotencia militar, los interrogantes sobre su verdadera eficacia permanecen flotando en el aire.
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