El cristianismo ortodoxo es la fe predominante en Rusia, surgida tras el Cisma de Oriente y Occidente en 1054, que separó a los ortodoxos del Papa de Roma. La Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), la segunda en número de seguidores tras la Católica, ha jugado un papel crucial en la identidad nacional rusa y se ha convertido en un aliado estratégico del Kremlin. Esta colaboración ha sido evidente en la promoción del concepto de «mundo ruso», que busca expandir la influencia cultural y geopolítica de Rusia, justificando acciones como la invasión de Ucrania bajo la narrativa de una guerra santa.
La IOR ha mantenido una relación simbiótica con el poder político, desde el tiempo de los zares hasta hoy, donde Vladimir Putin la utiliza para consolidar su autoridad y promover el patriotismo. El Patriarca Cirilo ha criticado la influencia occidental y ha deslegitimado la independencia de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, fortaleciendo así la narrativa rusa sobre la «hermandad eslava». Este enfoque ha elevado la IOR a un papel de propaganda y apoyo a iniciativas estatales, haciendo de la creencia religiosa un instrumento para legitimar conflictos y consolidar poder.
En el ámbito internacional, la IOR se ha transformado en un vehículo para las operaciones de influencia de Rusia, utilizando la religión como fachada para actividades de espionaje y propaganda. Las naciones occidentales han comenzado a investigar las operaciones de la IOR, reconociendo su papel como un aliado en estrategias de desestabilización que fomentan divisiones en Europa, especialmente en los Balcanes. La IOR y su influencia reflejan un esfuerzo consciente de Moscú por extender su narrativa y confrontar valores occidentales a través de la religión.
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