La relación entre la Iglesia y la monarquía en Bélgica vuelve a ser foco de atención en un contexto en el que la historia de abusos sexuales dentro de la Iglesia católica ha sacudido al país y la visita del Papa Francisco se presenta como un momento crucial. La tradicionalmente estrecha relación entre la familia real belga y la Iglesia se ha visto reflejada en diversos actos simbólicos y personales a lo largo de los años, un vínculo que ha resistido incluso las turbulencias más recientes.
La iglesia de Saint-Jacques-sur-Coudenberg, ubicada a un costado del Palacio Real en Bruselas, sirve como un emblema tangible de esta relación. La parroquia, a menudo referida como la «parroquia real», testimonia la profunda fe de la familia real belga y su enraizado papel en las tradiciones y ceremonias religiosas del país. La conexión entre la monarquía y la Iglesia católica en Bélgica se remonta a los inicios del país como nación independiente, cuando Leopoldo I, el primer rey de los belgas, juró su lealtad no solo a la nación sino también a sus tradiciones católicas en 1831, frente a la misma iglesia de Saint-Jacques-sur-Coudenberg.
A pesar de esta histórica unión, Bélgica ha sido escenario de una de las crisis más significativas dentro de la Iglesia Católica a nivel global, la crisis de abusos sexuales por parte de clérigos. La visita programada del Papa Francisco a Bélgica ha despertado esperanzas, debates y también escepticismo. En este contexto, los ojos están puestos no solo en el líder de la Iglesia católica sino también en cómo su visita podría afectar o reflejar la relación entre la Iglesia y el Estado en Bélgica.
A principios del año, el primer ministro belga, Alexander de Croo, realizó una visita notable al Vaticano donde solicitó explícitamente que se tomaran medidas con respecto a Roger Vangheluwe, ex obispo de Brujas, quien admitió abusar de menores en los años ochenta. Esta petición ilustra la presión creciente sobre la Iglesia para enfrentar y rectificar los abusos sexuales en sus filas. La respuesta de la Iglesia, y del propio Papa Francisco, a estas demandas es vista como una prueba de fuego para la institución en su conjunto, y especialmente en Bélgica.
El escándalo se profundiza con las historias personales de las víctimas y los esfuerzos por buscar justicia, evidenciando una crisis que ha manchado profundamente a la Iglesia católica belga. Jean-Marc Turine, una de las voces más significativas de las víctimas, ha sacudido al país con su libro y sus interacciones con el Papa, demandando acciones más decisivas contra los perpetuadores y aquellos que les han protegido.
La visita de Francisco a Bélgica, por tanto, se perfila como un momento de reflexión pero también de acción. Se espera que el Papa aborde la tragedia de los abusos sexuales dentro de la Iglesia, y su agenda incluye encuentros con víctimas, lo que por sí solo marca un precedente. Sin embargo, para muchos, las palabras deben ser seguidas por acciones tangibles y cambios estructurales dentro de la Iglesia para prevenir futuros abusos y garantizar justicia para las víctimas.
El papel de la familia real en este delicado contexto es, por naturaleza, más simbólico que práctico. Sin embargo, su posición y su respuesta a la visita papal y a la crisis subyacente podrían contribuir significativamente al tono y a la dirección de la conversación nacional sobre la relación entre el Estado, la Iglesia y la sociedad.
En resumen, la visita del Papa Francisco a Bélgica resurge en un momento crucial, ofreciendo una oportunidad para que la Iglesia católica aborde de manera significativa las heridas del pasado mientras navega por su papel en una sociedad que busca equilibrio entre el respeto a las tradiciones y la demanda de responsabilidad y transparencia.