En los últimos años, la estratégica y vasta tierra helada de Groenlandia ha emergido como el centro de una incipiente crisis diplomática, cimentada en el deseo explícito del presidente Donald Trump por asegurar su «propiedad y control». La ambición estadounidense por este territorio, ubicado en el corazón del Ártico, destapa una competición geopolítica que se prevé sea determinante en el futuro comercio global.
Con una superficie que cuadruplica la de España, pero con una población no mayor a la de una ciudad pequeña, Groenlandia se ofrece como un territorio único. A pesar de ser un dominio autónomo con su propio parlamento, forma parte integral del reino de Dinamarca. Las provocativas declaraciones de Trump no solo han generado un rechazo en Copenhague y en el gobierno regional de Groenlandia; también han revelado matices en torno a la independencia regional y la posibilidad de una relación especial con Estados Unidos, especialmente en lo que respecta a la explotación de recursos naturales y expansión militar.
La relevancia de Groenlandia en el tablero militar global se recalca por su estratégica posición como puerta de entrada al Ártico, una región que durante la Guerra Fría fue de suma importancia para la OTAN y la alianza occidental, permitiendo monitorear y potencialmente contrarrestar movimientos de la flota soviética. Tras décadas de un aparente olvido estratégico, la creciente actividad submarina rusa en el Atlántico Norte ha revivido el interés militar en la región, mientras Estados Unidos ha reactivado comandos y flotas que reflejan un reenfocado interés en estos cruciales cruces marítimos.
Más allá de las consideraciones militares, el derretimiento del hielo ártico, acelerado por el cambio climático, promete abrir nuevas rutas marítimas que conectarían Europa y Asia de manera directa. Esta posibilidad augura un cambio radical en la dinámica del comercio mundial, otorgando a las naciones con acceso directo al Ártico, como Rusia, un poderoso punto de ventaja. Estados Unidos, cuyo acceso al Ártico se limita a Alaska, mira hacia Groenlandia como el trampolín ideal para ampliar su presencia en la región, un anhelo simbolizado en la transformación de la base de Thule a una instalación del Mando Espacial estadounidense.
La competencia por Groenlandia también contempla una dimensión económica, con el potencial despliegue de empresas mineras y energéticas ansiosas por explotar sus inaccesibles recursos. Sin embargo, cualquier desarrollo significativo enfrentaría retos monumentales, desde las adversas condiciones climáticas hasta la revolución tecnológica necesaria para operar en uno de los ambientes más hostiles del planeta.
Mientras algunas voces en Estados Unidos abogan por una aproximación militar para garantizar sus intereses en el Ártico, el presidente Trump se ha mostrado reticente a descartar cualquier opción. Este enfoque agresivo tensiona las relaciones transatlánticas y pone el foco en una «entente cordial» en desarrollo con Rusia, mientras China observa y calcula sus próximos movimientos. Las ambiciones en el Ártico, lejos de ser un capricho pasajero, sugieren una era de competencia geopolítica que redefinirá alianzas, rutas comerciales, y la propia geopolítica global en las décadas venideras.