Recientes análisis de agua en piscinas públicas han revelado la presencia de contaminantes mucho más preocupantes que el cloro, lo cual ha suscitado alertas sobre la calidad del agua que millones de personas utilizan para refrescarse. Esta situación plantea serias dudas sobre los estándares de sanidad en estos espacios recreativos, donde la higiene es esencial, especialmente en un mundo post-pandémico que prioriza la salud pública.
En contraste, la naturaleza sigue ofreciendo sorpresas deslumbrantes, como unas impresionantes piscinas naturales en medio de paisajes pintorescos. Una de estas bellezas se sitúa en un remoto destino que incluye una cascada de 20 metros, accesible mediante una sencilla ruta. Estas áreas no solo sirven como atractivo turístico, sino que también promueven la conservación del medio ambiente, demostrando que la naturaleza aún puede sorprendernos con sus maravillas.
En otro rincón del mundo, en Egipto, se erige una monumental piscina artificial en el desierto del Sinaí, capaz de albergar 300 millones de litros de agua. Este complejo conocido como Citystars Sharm El Sheikh ha sido diseñado para convertirse en un oasis en medio de la aridez, destacando por sus lagunas cristalinas y su compromiso con la sostenibilidad. Con una inversión de casi 5.000 millones de euros, este proyecto no solo representa un avance en la ingeniería acuática, sino también una nueva forma de recreación frente a los desafíos climáticos y de recursos hídricos.
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