El Misterioso Caso del Argentino de los Zapatos Comunes: Admirado por Muchos, Pero No Querido por Todos

Este lunes a las 7:35 de la mañana, falleció Jorge Bergoglio, el papa Francisco, a los 88 años. La noticia, que comenzó a conocerse en Argentina antes del amanecer, marcó un día histórico para la Iglesia y para el país que lo vio nacer.

Mientras cardenales de todo el mundo viajan a Roma para participar en el cónclave que elegirá a su sucesor, las transmisiones en televisión y plataformas de streaming coinciden en una misma imagen: la Plaza San Pedro colmada de fieles que se acercan a despedir al llamado “papa del fin del mundo”. Así se conocía a Jorge Bergoglio, el cardenal argentino que, tras asumir el máximo cargo de la Iglesia, no volvió a pisar su país natal en los 12 años que duró su pontificado. Una ausencia que muchos compatriotas aún le reprochan.

En el país “del fin del mundo” —una expresión que también funciona como emblema de la argentinidad—todo se vive con una intensidad desbordada: con crispación, pasiones absolutas y un dramatismo casi apocalíptico, como si cada hecho tuviera la capacidad de acabar con el mundo. Una guerra entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal (dependiendo de cada mirada). A pesar de la dificultad —o imposibilidad— de que algo sea «para todos» en un mundo tan polarizado, fragmentado y desigual como el de ahora, los medios en Argentina y en otras partes tienen un acuerdo más o menos homogéneo sobre replicar la imagen que queda del Sumo Pontífice entre sus seguidores, sean creyentes practicantes o meros simpatizantes.

Hablan de su sencillez, de que vestía «zapatos comunes» y de que no vivía en el Palacio Apostólico, la residencia vaticana Casa Santa Marta. Un ser austero, que quería estar siempre cerca de la gente, vestido siempre con una sotana blanca y sin la tradicional capa roja, con la misma cruz de plata que había llevado en sus días como arzobispo de Buenos Aires. Hay quienes elegirán recordar su pasión por el fútbol (marca identitaria del argentinismo) y replicarán el fragmento de aquel móvil donde le arrancaron al líder de la Iglesia Católica un fervoroso «¡que gane San Lorenzo!» (club de fútbol argentino del cual él era fanático).

El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva, fue uno de los primeros en pronunciarse tras la muerte del papa Francisco. En su mensaje, definió al pontífice como “el padre de todos, el padre de toda la humanidad”, y recordó su insistencia en que “en la Iglesia debía haber lugar para todos”.

«Nos costaba y nos cuesta entender qué significa ese «para todos», afirmó. «Pero quizá hoy podamos descubrir que un padre se preocupa de todos sus hijos. Un padre quiere que en casa haya lugar para todos, especialmente para los más frágiles, especialmente para los más necesitados y los más discriminados. Por eso también se nos murió, se nos fue, el papa de los pobres, de los marginados, de los que nadie quiere, o en todo caso, de los que muchos excluyen».

¿Será posible que se haya muerto el «el padre de toda la humanidad»? Es verdad que cuesta pensar en el «para todos» en un mundo en el que casi nada lo es.

Se repite en todos los medios algo que ya es una obviedad: Francisco fue «un papa fuertemente político». Bergoglio encarnó un perfil altruista y humilde, en favor de las clases populares y en contra de la obsolescencia programada en la que el mundo está capturado. El presidente argentino, Javier Milei —representante argentino del filotrumpismo y la derecha mundial— había asegurado que Francisco era «la reencarnación del Maligno en la Tierra». Un tono que, sin embargo, tuvo que cambiar cuando se volvió presidente. «A pesar de las diferencias, haber podido conocerlo en su bondad fue un verdadero honor», se despidió Milei en su cuenta de X.

Según contó García Cuerva en su discurso, la última audiencia de Francisco fue con el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, donde le compartió una vez más su preocupación sobre este tema. En palabras del arzobispo de Buenos Aires, «en un mundo de tanta tristeza y desesperanza», el Sumo Pontífice quería «tender puentes, dialogar, dejar de enfrentarnos todo el tiempo». ¿Será posible que un líder espiritual logre tamaña proeza?

El expolítico argentino Julio Bárbaro, amigo cercano del papa Francisco, fue invitado por el medio Infobae para reflexionar sobre la partida de su amigo. Representando al sector más afectado por la pérdida del “papa peronista” —título que recuerda su vinculación con la organización peronista Guardia de Hierro en los años 70, durante la resistencia a la dictadura—, Bárbaro el hecho de que «él haya podido rezar en el Muro de las Lamentaciones junto a un rabino y un musulmán, un hecho que marcará la historia del siglo».

«Los argentinos, que a menudo no logramos ponernos de acuerdo ni en un partido de fútbol, le dimos a la humanidad un ser que unió a las religiones. Toda su vida fue eso: un ser de una amplitud única, capaz de abordar temas tan complejos como la religión y la sexualidad”.

En Argentina, los acuerdos políticos nunca son fáciles, especialmente cuando se viven con la misma pasión y fanatismo que los hinchas de fútbol. En las iglesias del país, aquellos que admiraron al papa Francisco celebrarán misas en su honor, destacando su legado como «el argentino más importante de la historia». Resaltarán sus discursos sobre la necesidad de ayudar a los pobres y su firme oposición a las formas despiadadas de vida impuestas por el capitalismo más extremo. Esta postura le llevó a adoptar un discurso público en contraposición con los líderes de la extrema derecha mundial, criticando el acaparamiento de riquezas por parte de los poderosos.

Sin embargo, ¿qué sucede con aquellos que no se sienten incluidos en ese «todos» que tiene al papa como figura espiritual unificadora?

En Argentina, muchos, especialmente entre los sectores más antiperonistas y antiprogresistas, se sintieron decepcionados por el papa Francisco. Lo acusaron de ser un papa demagogo y charlatán, que, mientras se pronunciaba en nombre de los desposeídos, se alineaba con lo que consideraban el peor populismo latinoamericano. En 2022, durante su visita a Cuba, mostró simpatía por Raúl Castro y declaró que la isla «es un símbolo». Esta postura generó duras críticas de quienes, sensibilizados por la situación de los derechos humanos en Cuba, le reprocharon no cuestionar las violaciones cometidas por el régimen. Sin embargo, también habrá quienes interpreten su intervención como un intento de favorecer el deshielo en la compleja relación entre Estados Unidos y Cuba, cuya dinámica está marcada por el embargo estadounidense que afecta particularmente a la población cubana.

Algunos defensores del papa Francisco también destacarán su lucha contra la pedofilia, un tema que fue central en su discurso. En diciembre de 2019, durante su 83º cumpleaños, promulgó dos leyes que, entre otras medidas, eliminaron el secreto pontificio impuesto desde 1972 en investigaciones sobre abusos a menores cometidos por miembros de la Iglesia. Un problema que ha marcado a la institución por años debido a los innumerables casos de abuso ocurridos en sus templos.

Sin embargo, no todos comparten esta visión. El periodista argentino Alfredo Serra, en una nota publicada en Infobae en enero de 2017, citó a la Asociación Italiana de Víctimas de Sacerdotes Pedófilos, que aseguró que, pese a las enérgicas condenas públicas de Francisco contra estos abusos, el papa sabía desde 2014 de las denuncias contra Nicolás Corradi y otros tres sacerdotes en Argentina como Giovanni Granuzzo, Luigi Spinelli y Eliseo Primati. El escándalo estalló cuando se confirmaron los abusos sexuales sufridos por niños y adolescentes sordos en el Instituto Próvolo de Mendoza, que fueron descritos como actos indescriptibles. Según la denuncia, Francisco recibió tres cartas detallando los abusos y nunca actuó.

Algunos se preguntan si Francisco solo pudo actuar en 2019 debido a las dificultades que enfrenta como líder de una institución tan poderosa y estructuralmente compleja. A pesar de que años después pareció abordar el problema, la cuestión es si su lucha será suficiente para las víctimas de abuso y si estos también recordarán a Francisco como el «papa de todos».

Antes de que Jorge Bergoglio fuera elegido Sumo Pontífice, Argentina debatía la Ley de Matrimonio Igualitario, que finalmente fue sancionada en julio de 2010. En ese contexto, sus declaraciones generaron cierta controversia. Un mes antes de la aprobación de la norma, el entonces arzobispo de Buenos Aires escribió una carta a las Monjas Carmelitas en la que calificó la iniciativa como parte de una “guerra de Dios”, advirtiendo que podría “herir gravemente a la familia”. Sus palabras, de tono casi apocalíptico, siguen siendo recordadas por muchos como expresión del fuerte rechazo de la Iglesia a uno de los avances legislativos más relevantes en materia de derechos civiles en el país.

«Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre (…) no se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ‘movida’ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios», declaró Francisco. Sus declaraciones causaron un profundo repudio en la comunidad homosexual argentina, asediada actualmente en todo el mundo.

El exsacerdote Julio César Boffano, quien fue víctima de abusos dentro de la iglesia, declaró en el diario Perfil hace tres años que existe «una idea de que hay cambios. Quienes conocieron a Bergoglio pueden coincidir o no conmigo, pero es un experto en marketing. Es muy bueno desde el punto de vista de la comunicación. Desde aquella frase que dijo: ‘¿Quién soy yo para juzgar a los gays?’, pero inmediatamente después explicó a los periodistas que es una perversión y que eso está clarísimo en el catecismo de la Iglesia»

«Y eso después no sale», señaló. «Es muy bueno en hacerse pasar por misericordioso cuando, en definitiva, no lo es tanto. Hace que parezca que hay cosas que están cambiando, pero los cambios profundos en las estructuras se tienen que notar de otra manera».

En aquellos años Bergoglio realizó declaraciones donde se pronunciaba en contra de la criminalización de la homosexualidad en treinta países, pedía a los padres que no echaran a su hijo a la calle por ser homosexual y les pedían que lo «aceptaran». Pero siempre dejó en claro algo: ser homosexual era un pecado.

En octubre de 2024, durante un viaje a Bélgica, calificó a la interrupción voluntaria del embarazado como un «homicidio» y llamó «sicarios» a los médicos que lo practican. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud publicado en 2022, solo alrededor de la mitad de los abortos se realizan en condiciones seguras y «los abortos inseguros» causan alrededor de 39.000 muertes al año, haciendo que millones de mujeres sean hospitalizadas por complicaciones. La mayor parte de estas muertes se concentran en los países de ingreso bajo —más del 60% en África y el 30% en Asia— y entre quienes viven en las situaciones más vulnerables. Justo en los países donde hay más pobres, a los cuales, según deja Francisco como enseñanza, hay que proteger.

Se habla de Francisco como “el papa de todos”, “el padre de todos”. Como sucede siempre que muere un padre, los “hijos” deberán reconstruir en sus mentes quién fue el ser que murió. Pero si para cada quien el padre fue alguien distinto, en un mundo donde no todos están ni en la misma posición material ni ocupan la misma categoría sexogenérica, es difícil pensar que pueda ser posible un padre para todos. En todo caso, a cada quien se le murió un papa distinto.

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