El palacio de los Luján de La Promesa se convierte, nuevamente, en una tormenta perfecta. El capítulo de este jueves de la ficción española contiene sorpresas que cambiarán lealtades y despedazarán máscaras. Alonso, el Marqués, ha decidido que basta de sutilezas: su yerno, Lisandro, atenderá una solicitud que no se esperará, mientras Manuel, lejos de estallar en ira o de ceder a la provocación, avanza por una trampa silenciosa para que su hijo Toño se acabe viendo envuelto en su propio engaño.
Por su parte, las esmeraldas falsas desvanecen las esperanzas de Curro y Lope y Leocadia avanza como una sombra canalla, manipulando a una Eugenia cada vez más frágil. En este juego de ajedrez, nadie mueve ficha sin consecuencias y eso va a quedar más que claro en el próximo capítulo de La Promesa.
El Marqués ha dejado bien claro que su paciencia en La Promesa no es ilimitada. Tras el último encontronazo entre Adriano y Lisandro, decide introducirse en la discusión con una tercera táctica, que tiene bien calculada: quiere que su yerno acepte el cargo de ser el padrino de los hijos de Rafaela y Andrés no solo como un gesto familiar, sino como un movimiento político. Leocadia, maestra en el arte de lo engañoso, ha conseguido convencer al Marqués que este lazo simbólico vinculará a Lisandro con los Luján de por vida.
Pero Lisandro no es un hombre fácil de alterar. Este también puede simular la sumisión; sus ojos son sin embargo una muestra de lo contrario: unas miradas llenas de un frío cálculo. ¿Lisandro admitirá el pacto de ahijado como un gesto de sumisión o, en su lugar, utilizará este pacto de ahijado con fines en la defensa de sus intereses? Adriano y Catalina, en medio de este cernido, saben que lo que decidan tendrá muchas consecuencias imprevisibles. La forma del palacio es parecida a una telaraña, ellos son las moscas.
Mientras tanto, en las cocinas, los criados se hacen comentarios. “Si acepta el duque, será como firmar su autoinmolación”, comenta por lo bajo una de las doncellas. Pero en este mundo de la luna, incluso la cháchara más inofensiva puede convertirse en arma arrojadiza. Alonso lo sabe -por eso vigila cada movimiento, cada palabra: el poder no se obtiene únicamente al añadir órdenes, destruyéndolas, sino en la presión que creas cuando lo haces.