El reciente cambio de poder en Reino Unido ha marcado no solo el término de 14 años de liderazgo conservador, sino que también ha puesto fin a la predominante influencia independentista escocesa en Edimburgo, con el Partido Nacional Escocés (SNP) experimentando un declive dramático. Desplomándose a un total de solamente nueve parlamentarios escoceses, el SNP ha visto el fin de su prolongada dominancia, un golpe electoral que va más allá de las sombrías predicciones anticipadas por cualquier encuesta.
El SNP, conocido por estar perpetuamente a las puertas de realizar su ansiado sueño de independencia, especialmente destacado en el referéndum de independencia de 2014, afrontó una declinación imprevista. A pesar de su intento por asociarse con el impulso separatista catalán, el SNP siempre mantuvo su postura contra un referéndum ilegal, enfocándose, en cambio, en la visión de una nueva consulta popular que, en realidad, permanecía fuera de toda planificación. Esta situación se agudizó tras el dictamen de la Corte Suprema británica en noviembre de 2022, que estipulaba la incapacidad del parlamento escocés de convocar a una votación sin la aprobación de Westminster, lo que demarcó un punto muerto en la aspiración a la independencia dada la falta de un apoyo mayoritario sostenido.
Este derrumbamiento sigue a un periodo tumultuoso marcado por escándalos financieros en la cúspide del partido, incluida la investigación hacia Nicola Sturgeon por una misteriosa donación y la acusación de malversación de fondos hacia su marido, Peter Murrell. Estos sobresaltos siguieron a periodos donde el SNP había alcanzado éxito electoral sin precedentes, dominando la política escocesa no solo en Westminster sino en todos los estratos, convirtiéndose en referentes de un movimiento independentista que parecía irresistiblemente ascendente bajo la batuta de Sturgeon.
Sin embargo, el panorama político ha evolucionado considerablemente desde esos días de gloria. El reciente revés electoral no solo es visto como un declive temporal por algunos miembros del partido, sino como el preámbulo de una profunda revisión en la estrategia y liderazgo del SNP. John Swinney, quien ha dirigido el partido a su más sombría derrota en décadas, se enfrenta a un reto considerable no solo frente a la desunión interna sino en su posicionamiento frente a los electores y simpatizantes del independentismo.
En otro frente, el resurgimiento de los laboristas en la política escocesa rompe el molde establecido desde el ascenso de Alex Salmond en 2007, mostrando un cambio de paciencia en el electorado escocés que, aunque todavía considerablemente inclinado hacia la autonomía, parece reconsiderar el valor de permanecer dentro del Reino Unido.
Este más reciente giro electoral podría representar no solo un revés para el SNP, sino un verdadero punto de inflexión para el movimiento independentista. En un contexto en el que el apoyo a la independencia se mantiene pero la confianza en el SNP se desvanece, la política escocesa parece estar adentrándose en una era de reconsideración y posiblemente, de redefinición.