El Imperio Dorado de Saladino: El Ascenso Económico de Los Militares Egipcios, Desde Farmacias hasta Fábricas de Fórmula Infantil

En un despliegue que refleja el profundo entrelazamiento entre el poder militar y la vida cotidiana de Egipto, las fuerzas armadas vuelven a marcar su presencia en la icónica Plaza Tahrir, epicentro de la revolución egipcia. A la sombra del logo de las Fuerzas Armadas de Egipto, carpas militarizadas se erigen entre el bullicio y el ajetreo de comerciantes y ciudadanos, haciendo patente la influencia omnipresente del ejército en el tejido económico y social del país.

Desde las hortalizas hasta el pan egipcio, pasando por productos tan básicos como la leche de bebé, la expansión económica de las fuerzas militares se extiende a casi todos los aspectos de la vida en Egipto. Esta penetración no es nueva, pero desde 2013, año en que el exmariscal Abdelfatah Al Sisi ascendió al poder, la participación de los militares en la economía se ha visto notablemente incrementada, consolidando aún más su posición como un actor económico dominante.

Bajo la presidencia de Al Sisi, la preocupación por la opacidad y la falta de transparencia en la gestión de los recursos del país ha crecido de manera alarmante. Las estimaciones sobre la participación económica de las fuerzas armadas varían dramáticamente: mientras que el gobierno afirma que representa alrededor del 2% del PIB, investigadores independientes sugieren que podría abarcar hasta el 60%.

La constitución del país blinda la información financiera relacionada con el ejército, desde los presupuestos hasta los contratos, envolviendo la gestión económica de las fuerzas armadas en un velo de secreto. Esta situación no solo limita la posibilidad de un discurso público crítico, sino que también plantea serias interrogantes sobre la sostenibilidad y la equidad de esta influencia en el ámbito económico.

Pero la historia de Egipto, desde la recuperación de tierras hasta la reconstrucción post-conflicto, ha tejido a las fuerzas armadas dentro del imaginario colectivo como una institución de vital importancia para la nación. Las sucesivas administraciones han cultivado esta imagen, con líderes como Gamal Abdel Nasser y Anwar Sadat fortaleciendo la narrativa de un ejército salvador, portador de estabilidad y progreso.

Sin embargo, la admiración del púbico hacia el ejército ha chocado con una dura realidad económica bajo la presidencia de Al Sisi. El crecimiento de la deuda externa, acompañado de tasas de inflación sin precedentes, ha sumido a gran parte de la población en la dificultad económica, forzando incluso a algunos a reconsiderar sus dietas básicas frente a la escalada de precios.

El control férreo del estado sobre la información y el discurso crítico ha dejado poco espacio para el debate público o la disidencia, situando a Egipto en los últimos puesto en índices de libertad de prensa y libertad académica. Y mientras el gobierno continúa promoviendo una imagen de estabilidad y crecimiento, cada vez más voces advierten sobre las posibles consecuencias a largo plazo de la militarización de la economía y la centralización del poder.

Este panorama sugiere un Egipto en la encrucijada, navegando entre la veneración histórica de su ejército y las crecientes preocupaciones sobre su futuro económico y político. La Plaza Tahrir, una vez símbolo de revolución y esperanza, se convierte en testigo silencioso de esta compleja dinámica, reflejando la intersección entre poder militar, economía y vida cotidiana en uno de los países más importantes del Medio Oriente.

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