Este lunes, Keir Starmer, primer ministro del Reino Unido, marca su primer mes en el cargo, sumido en lo que ha sido la peor serie de disturbios que el país ha experimentado en los últimos trece años. Originadas en protestas antiinmigración, las calles británicas se han convertido en escenario de violencia y caos, desencadenadas por ultraderechistas y agravadas por el asesinato de tres menores en Southport.
Las manifestaciones, que inicialmente surgieron como reacción aislada al trágico suceso en Southport, escalonaron rápidamente en violencia. En Rotherham, una turba asaltó un hotel que había servido como refugio para solicitantes de asilo, lanzando objetos y provocando incendios. La violencia se extendió por varias ciudades, incluyendo Middlesbrough y Liverpool, resultando en daños significativos a la propiedad y en múltiples heridos entre las fuerzas de seguridad.
La oleada de violencia ha llevado a la detención de aproximadamente 150 personas en todo el país. El primer ministro Starmer ha convocado una reunión de emergencia conocida como «reunión Cobra», en respuesta directa a los disturbios. En un comunicado, condenó las acciones subrayando que «esto no es protesta. Es brutalidad organizada y violenta», asegurando que los responsables serán llevados ante la justicia.
Starmer, quien tiene experiencia en manejar disturbios similares durante su período como director de la Fiscalía para Inglaterra y Gales, ha visto estos actos de violencia como un desafío inmediato a su recién asumida administración. En los disturbios de Londres de 2011, actuó con mano dura, resultando en miles de detenciones y enjuiciamientos.
Al fondo de las protestas y actos violentos de este fin de semana se encuentra la rápida propagación de desinformación en línea. Se había afirmado falsamente que el sospechoso del asesinato de los menores era un solicitante de asilo musulmán, cuando en realidad, el joven identificado como Axel Rudakubana, era un residente de Cardiff, de familia cristiana ruandesa.
La secretaria del Interior, Yvette Cooper, expresó su condena hacia los actos violentos y destacó las medidas para asegurar las mezquitas, reflejando la preocupación por la seguridad de todas las comunidades en el país. El Reino Unido, descrito por Cooper como un país «orgulloso y tolerante», se encuentra ante la necesidad de confrontar la extrema violencia y racismo reavivado por estos disturbios.
La condena a los disturbios ha sido unánime en el espectro político británico. Figuras como el ex primer ministro Rishi Sunak y James Cleverly, exministro del Interior, han rechazado firmemente la violencia, destacando que los actos criminales observados no tienen cabida en la sociedad y que los responsables deben enfrentar consecuencias legales severas.
En medio de este panorama de tensión y desorden, Starmer enfrenta el desafío de restaurar la paz y el orden, mientras asegura justicia para los afectados por la violencia y las acciones de grupos extremistas. La situación pone a prueba la capacidad de liderazgo del primer ministro en un momento crítico para el Reino Unido.