Más de tres años después del inicio de la invasión rusa de Ucrania, la resistencia económica de Moscú, impulsada en gran medida por los ingresos del petróleo, ha comenzado a ceder. Los recientes informes del Ministerio de Finanzas de Rusia revelan un drástico descenso del 27% en los ingresos del petróleo y gas, alcanzando cifras que no se veían desde antes del inicio del conflicto. Factores como el endurecimiento de las sanciones, la caída global del precio del crudo y los ataques directos a la infraestructura petrolera han contribuido a esta crisis, transformando una serie de pequeños golpes en una herida financiera significativa para el Kremlin.
Las sanciones impuestas por Estados Unidos a las principales petroleras rusas, Rosneft y Lukoil, complican aún más la situación. Estas prohibiciones no solo restringen la posibilidad de hacer negocios, sino que también amenazan a terceros países que continúen comerciando con estas compañías. Ya se observan repercusiones globales, como el cese de operaciones de Lukoil en Irak y el control estatal sobre refinerías en Bulgaria, además de desabastecimientos en Finlandia y otras naciones europeas. Sin embargo, la energía rusa aún sigue encontrando caminos para fluir, aunque a un costo creciente, que amenaza con reducir las ganancias.
A pesar del daño sostenido, los expertos advierten que la economía rusa no colapsará de inmediato. Con un flujo continuo de crudo y reservas valiosas, el Kremlin aún mantiene su postura desafiante. Pero, bajo la superficie, el impacto económico está mermando su capacidad de gasto tanto en la guerra como en la estabilidad interna. Aunque Putin reafirma que su nación no cederá a la presión externa, cada tanque vacío en Rusia es, en última instancia, una victoria para Ucrania y un recordatorio de que las consecuencias económicas del conflicto son cada vez más evidentes.
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