En un audaz avance de ingeniería y un claro juego de ambición geopolítica, China ha reforzado nuevamente su reputación como una potencia dominante en el campo de la construcción de megaestructuras hidroeléctricas. Tras la inauguración de la presa de las Tres Gargantas en 2012, una maravilla que no solo representó la domesticación de uno de los ríos más impredecibles y devastadores de Asia sino que también estableció un récord al ser la mayor central hidroeléctrica del mundo, China ha puesto en marcha un proyecto todavía más monumental: la presa de Medog.
Situada en la región autónoma del Tíbet sobre el río Yarlung Tsangpo, este nuevo proyecto promete ser un pilar fundamental en la estrategia energética de China, con una capacidad de generación energética que podría superar los 60.000 megavatios, más del doble de lo que genera la presa de las Tres Gargantas. Este río, que se transforma en el Brahmaputra al cruzar hacia India y Bangladesh, es vital para millones de personas, lo que pone de relieve no solo las implicaciones energéticas de tal construcción, sino también las geopolíticas.
El proyecto de Medog ha suscitado preocupación a nivel internacional, especialmente en India. La manipulación de las aguas del Brahmaputra es visto como una amenaza directa a su seguridad nacional, generando tensiones en una región ya de por sí marcada por delicadas relaciones geopolíticas. La disposición de India a construir su propia mega presa en respuesta evidencia el potencial conflicto por el acceso y control del agua, un recurso cada vez más escaso y estratégico.
Asimismo, la construcción de infraestructura a gran escala por parte de China en zonas disputadas, como el desarrollo de una aldea en la región de Arunachal Pradesh, que Pekín considera como parte del “Tíbet del Sur”, ilustra una estrategia más amplia de afirmación territorial a largo plazo. Este enfoque, conocido como la «táctica del salami», busca alterar paulatinamente el status quo a favor de China en varias disputas fronterizas.
La competencia por el control de los recursos hídricos no se limita a la relación entre China e India. La gestión de los ríos transfronterizos por parte de China también ha afectado a países del sudeste asiático, exacerbando problemas de escasez de agua y afectando la vida de millones. La voluntad de China de utilizar el flujo del Brahmaputra como herramienta diplomática en la región refleja la complejidad de las dinámicas de poder en Asia.
El proyecto de Medog pone de relieve el delicado equilibrio entre el desarrollo energético necesario para sostener el crecimiento de China y las repercusiones ambientales y geopolíticas de tales emprendimientos. La construcción en una zona de gran actividad sísmica como el sureste del Tíbet introduce riesgos significativos, no solo para la infraestructura en sí, sino también para las poblaciones río abajo que dependen de estas aguas.
A medida que China avanza en su objetivo de ser líder en generación de energía hidroeléctrica, el mundo observa atentamente. Los proyectos como la presa de Medog son un testimonio del empuje tecnológico y económico del gigante asiático, pero también plantean preguntas sobre la sostenibilidad y la cooperación internacional en la gestión de los recursos naturales compartidos. La intersección de la ambición energética con las sensibilidades geopolíticas sugiere que el agua, como fuente de vida y conflicto, será un elemento central en las relaciones internacionales en las próximas décadas.