Europa ha dado un golpe en la mesa en lo que algunos analistas ven como el preludio de una guerra comercial con China. Encabezados por Francia y España, la Unión Europea ha impuesto aranceles de hasta un 38% a ciertas marcas de vehículos eléctricos chinos, una medida que contrasta con el 100% impuesto por Estados Unidos pero que no deja de ser significativa. La razón detrás de esta decisión es la detección de subsidios a lo largo de toda la cadena de suministro de estos vehículos por parte de China, lo cual, según la Comisión Europea, constituye una competencia desleal. Esto ha derivado en tensiones comerciales cuyo desarrollo se sigue de cerca, desde ambas orillas del Pacífico hasta los mercados financieros globales.
Pekín, que ha calificado la medida de «unilateral» y contraria a los principios de libre comercio, se ve ahora en la posición de tener que responder. Los expertos anticipan que la represalia de China será medida pero significativa, enfocándose en sectores específicos donde pueda enviar un mensaje claro sin escalar a una guerra comercial abierta. El sector porcino español, vital para la economía de este país y altamente visible, parece estar entre los principales candidatos para estos correctivos.
Sin embargo, esta no es la primera vez que China opta por este enfoque. En el pasado, ha impuesto aranceles elevados a productos como los vinos australianos en respuestas a desencuentros políticos, aunque recientemente levantara tales medidas bajo un clima de mejora en las relaciones bilaterales. Europa, con su robustez económica y la delicadeza de sus relaciones comerciales con China, se enfrenta a un escenario complejo. Aunque ciertos sectores como el del coñac francés o incluso el aeroespacial pueden ser también blanco de represalias, la estrategia parece inclinarse hacia un juego de precisión más que de fuerza bruta.
Los aranceles a los vehículos eléctricos han abierto un nuevo capítulo en las ya complejas relaciones comerciales entre la UE y China. Aunque ambos lados han mostrado capacidad y voluntad para tomar medidas firmes, también existe una clara conciencia de los riesgos de una escalada mayor. De hecho, la relación entre Europa y China es demasiado valiosa para ambas partes como para arriesgarla en un conflicto comercial de amplio espectro.
La Comisión Europea no solo busca restringir la competencia desleal proveniente de China, sino también lanzar un llamado al gigante asiático para que reequilibre su relación comercial con Europa. Se espera que China, enfrentando sus propios retos económicos y con la necesidad de mantener abiertos los mercados internacionales, pueda estar más dispuesta a hacer concesiones.
Mientras tanto, la economía global mira ansiosa. Las decisiones que tomen Bruselas y Pekín en los próximos días podrían influir no solo en el curso de sus propias economías sino en la estabilidad comercial internacional. Aunque la esperanza de una resolución equitativa persiste, la incertidumbre seguirá dominando el ambiente económico y político a corto plazo.