Los comunales pastoriles son pastos conservados por comunidades locales que los gestionan mediante sistemas de gobernanza propios, dinámicos y adaptativos que garantizan el uso sostenido de los recursos naturales.
Aunque las principales instituciones internacionales reconocen sus valores ambientales y sociales, la mayoría de los comunales siguen siendo ignorados e incluso alienados por sus propios Estados. En vez de proteger y promover sus numerosos valores naturales y culturales, contribuyen a su olvido o incluso a su destrucción.
Un buen ejemplo son los pastizales comunales de Sinjajevina, en Montenegro, los más grandes de los Balcanes junto a su contínuum natural de Durmitor. Han sido declarados campo de entrenamiento militar mientras sus moradores tradicionales, familias ganaderas en su mayoría pero también apiculturas y otras, siguen utilizándolos.
Los valores naturales y culturales de Sinjajevina
En Montenegro, el inmenso pasto de Sinjajevina es el escenario de un antiguo modo de vida que se encuentra cada vez más raramente en Europa.
Las comunidades pastoriles locales viven en relación especialmente estrecha con su entorno inmediato del que dependen para su subsistencia. Son depositarias de una biodiversidad y un patrimonio cultural excepcionales dentro de la reserva de la biosfera del Cañón de Tara y cohabitan junto a dos sitios del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
La Agencia Gubernamental de Protección del Medio Ambiente de Montenegro publicó un informe en 2018 que marca el paso inicial hacia la protección de las tierras altas de Sinjajevina como parque natural regional. El estudio, financiado en dos tercios por la UE, reveló una sorprendente riqueza de especies vegetales y animales en estos pastizales de montaña, un hábitat de especial interés para la UE que está disminuyendo y corre el riesgo de desaparecer junto al pastoreo del que depende.
A pesar de ser un ecosistema caracterizado como “pastizales seminaturales”, es también el resultado de una fuerte influencia humana. Es un ecosistema pastoril gobernado por comunidades locales de ganaderos y ganaderas que han cocreado una biodiversidad única en su interacción milenaria con el medio. Sus prácticas ganaderas testadas mediante procesos de ensayo y error a través de generaciones contribuyen a su mantenimiento generación tras generación.
En ausencia de sus pobladores y prácticas tradicionales, dichos ecosistemas únicos desaparecerían. Dependen del pastoreo para continuar siendo los mismos pastos ricos en biodiversidades y servicios ecosistémicos.
Los cambios del último siglo han reducido la población de las montañas, sobre todo debido a la industrialización y al éxodo rural durante la época socialista.
Sin embargo, hoy en día, aún más de 22 000 personas viven todavía en las tierras bajas de Sinjajevina, dedicadas en su mayoría a la agricultura, la ganadería y el pastoreo, la apicultura y la recolección de plantas medicinales. De ellas, cerca de 500 familias (unas 2 000 personas) viven en las tierras altas de finales de primavera a principios de otoño. Y muchas personas más dependen directa o indirectamente de la producción sostenible de alimentos de gran calidad y sanos que se dan en este territorio de altitud.
Contexto geopolítico
Sinjajevina está en el norte de Montenegro, cerca de Serbia. Está compuesta por poblaciones con un arraigo cultural e histórico al territorio fuerte, con afinidades socioculturales hacia Serbia y una fuerte afiliación a la Iglesia Ortodoxa Serbia.
A pesar del fuerte potencial socioeconómico de la zona, Sinjajevina sigue siendo tratada por el Gobierno de Montenegro, que se independizó de Serbia en 2006, como una zona remota. De hecho, el nivel de servicios públicos es extremadamente bajo a pesar de su gran potencial económico.
Con el giro geopolítico del Estado montenegrino desde Europa del Este (la herencia serbomontenegrina que tradicionalmente unía al país a Rusia) hacia Occidente, la visión del país está cambiando dentro de la región. Esto le ha llevado hacia un impasse peligroso que amenaza con aumentar el conflicto de división étnica entre las dos identidades nacionales mayoritarias dentro del país (una filoserbia y una que se desvincula de esta e, incluso, la rechaza frontalmente).
Después de la declaración de independencia en 2006 y la apertura de las negociaciones de adhesión a la UE en 2010, Montenegro se unió a la OTAN en 2017 sin referéndum alguno. Poco después, comenzaron los primeros rumores sobre la creación de un campo de entrenamiento militar en Sinjajevina. Finalmente, se inauguró en septiembre de 2019 por decreto ley, con más de 6 000 firmas de ciudadanos montenegrinos en contra (en un país con menos de medio millón de votantes), y sin estudio de impacto ambiental, socioeconómico, cultural o de salud.
A pesar de ello, el evento contó con la presencia de importantes aliados de la OTAN que avalaron y apoyaron el giro estratégico –como Estados Unidos, Italia, Austria, Eslovenia, Macedonia del Norte y Montenegro–, dentro de la lógica de expansión de esta organización hacia los países del Este tras la desintegración de la Unión Soviética.
En dicha inauguración, se lanzaron más de media tonelada de explosivos mientras los ganaderos seguían en la zona con sus rebaños como todos los años en este período. De hecho, aún hoy no saben qué zonas de sus pastizales entran dentro de los límites del polígono de tiro. Jamás se han hecho públicos.
Los retos del futuro
El caso que se muestra aquí es un ejemplo de los tipos de amenazas que muchos comunales en la cuenca del Mediterráneo, y más ampliamente a nivel global, enfrentan todavía hoy debido a la gran falta de reconocimiento público de estos sistemas. En gran medida, sus leyes consuetudinarias no son reconocidas por los Estados, que a menudo consideran sus tierras y los recursos presentes en ellas como propiedad estatal y no de las comunidades locales que los pueblan, que los usan hoy y que generalmente lo han hecho durante siglos.
Vista la degradación generalizada de los comunales rurales en todos los países mediterráneos, al mismo tiempo que su importancia para la sostenibilidad socioecológica regional y global, es obviamente urgente abordarlos y trabajar para protegerlos y promoverlos antes de que sea demasiado tarde.
La elaboración de este artículo ha contado con la colaboración de Naomé Joet, estudiante del Máster en Gestión del Territorio y Desarrollo Local: Ruralidades en el Norte y en el Sur, coacreditado por la Universidad de Toulouse Jean Jaurès y la École Nationale Supérieure de Formation de l’Enseignement Agricole.
Pablo Dominguez does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.