A los 21 años, Clarisse decidió dejar atrás su primer intento de estudiar Medicina en Francia y emprender un nuevo camino en Cluj-Napoca, Rumanía, a 1.500 km de su hogar. Enfrentada a la escasa disponibilidad de plazas en su país, encontró en este destino balcánico una alternativa prometedora, donde la exigencia de un examen competitivo al final del primer año de carrera no existe. «La ciudad es bonita y parece más segura», comenta mientras inicia su travesía en una universidad rumana que ha acogido a miles de estudiantes franceses en busca de su sueño.
Con alrededor de 5.000 franceses en el extranjero, muchos optan por Rumanía, donde la matrícula para Medicina oscila entre 8.500 y 10.000 euros anuales. La estructura educativa de este país se ha adaptado para atraer a estudiantes internacionales: no solo se ofrecen programas en inglés y francés, sino que el proceso de admisión se basa en la presentación de un expediente, permitiendo a muchos aspirantes superar las barreras de acceso que enfrentan en sus países de origen. Sin embargo, la mayoría de estos graduados, como Clarisse, regresan después de completar sus estudios, buscando oportunidades en sus naciones, donde la escasez de médicos sigue siendo un desafío crítico.
Mientras los estudiantes se desplazan a Rumanía y Bulgaria para eludir las estrictas restricciones del «numerus clausus» en sus países, surge un fenómeno que plantea preguntas sobre la capacidad de estos países para retener a los nuevos médicos. El círculo se cierra al enfrentar una saturación en las plazas de prácticas y un clima laboral poco atractivo, que impulsan a los recién titulados a buscar sus oportunidades en el extranjero, generando un movimiento de talento que podría afectar la atención médica en sus naciones de origen.
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