Desafíos y Rebeldías en La Promesa

Lisandro de Carvajal no es un invitado más en La Promesa, es un tornado. Su mera presencia arrastra a Alonso y Leocadia a poner en práctica una férrea disciplina: discreción absoluta. ¿Pero cómo se puede hacer callar a quien ha sido aplastado por ese poder? Manuel, con su orgullo herido, se niega a actuar como si fuera sentado frente a un hombre que se ha erigido en Dios sin preocuparse de las ruinas que deja en su paso: su desafío no sólo es personal, sino el grito desesperado de todos los invisibles que cargan con las decisiones de los demás.

Catalina, sin embargo, rompe con lo establecido. Su matrimonio con Adriano y sus hijos no son un pecado, sino su vida misma y se niega a esconderlos como si se tratara de algo vergonzoso. «No voy a pedir perdón por existir», le lanza a su padre, rompiendo las reglas de un juego que siempre se juega a favor de los mismos. Adriano intenta mediar, pero la joven no cede, esta vez la obediencia no es posible, no se aplica.

Al mismo tiempo, en la cocina y en los pasillos se comenzaba a pronunciar el nombre de Curro entre dientes: «Si esto llega a oídos del duque, no habrá pared que nos proteja», sentenció Martina. No obstante, Curro no se esconde en lo profundo del laberinto de la joyería, sino que decide adentrarse y convenció a Lope que le acompañara y, en un giro inesperado de los acontecimientos, convenció a Ángela para que le acompañara.

La joven era tan terca y decidida que no se pudo alejar del plan al que Curro intentaba apartarla. El riesgo era tremendo, pero para ellos la curiosidad y la búsqueda de la verdad pesaban más que el miedo. En el círculo del poder, Lorenzo se deleita en el descompuesto, porque para quienes como Lorenzo el buffet que llega con la visita del duque sirve para reafirmar la propia influencia, hasta incluso pisotear más a los que son de su agrado.

“El poder no se pide, se toma”, parece ser su lema, mientras observa desde la distancia a los demás que se desgastan intentando acercar a Lisandro. Pero no advierte que Eugenia, la esposa de Lorenzo, ya no es una mera testigo de las ambiciones que se criminalizan en el círculo del poder.

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